Hace poco más de un mes, en su bitácora personal (notasmoleskine.blogspot.com), el escritor Iván Thays se preguntaba si “en alguna época anterior a ésta existió la posibilidad de publicar una antología de narradores jóvenes teniendo más o menos 30 autores para escoger, todos de cierto nivel e interés”. Semanas más tarde, Alonso Cueto dictaminó algo parecido en su columna semanal del diario Perú 21: “una generación de escritores jóvenes ha aparecido con mucha promesa entre nosotros”. Y el crítico Javier Ágreda, en una reseña para La República, remarcaba “la interesante renovación que se está produciendo en la narrativa peruana” (dicho sea de paso, Ágreda fue uno de los primeros en sugerir la existencia de una nueva generación). Algunos dirán que la edad es un asunto trivial y que, en lugar del DNI, sólo importan los libros. Y hay quienes niegan cualquier posibilidad de hermanar a tantos autores distintos y, encima, juzgan peregrino el mote de “generación” (entre ellos, curiosamente, los propios protagonistas). Todo eso es verdad. Pero también es verdad que el fenómeno existe. Por lo menos yo, en mis veinte años de consumidor de literatura peruana, no había visto nada semejante. Perú, tierra de narradores (y no de arqueros). Hoy levantas una piedra y te topas con treinta. O vas a la librería y te topas con tres antologías diferentes. Y cada una se propone como un censo, una vitrina, una instantánea de eso que no sé cómo diablos llamar pero que otros ya bautizaron como nueva narrativa, generación post-2000, generación 2005, generación del relevo o generación de la disidencia.
Revoltosos
Recuerdo una mesa redonda sobre narrativa joven (como tantas que se han organizado en los últimos tres años) donde el moderador, al centro de un puñado de cuarentones perfectamente desconocidos, dio el play de honor con esta sentencia: “aquí están los narradores del momento”. No diré nombres (tampoco los recuerdo), pero lo único cierto era que aquellos tíos de guata cervecera y pelada mal disimulada se presentaron como narradores y juraban estar escribiendo algo en ese momento.
En realidad, los verdaderos narradores del momento están en la compilación (discutiblemente) titulada Disidentes y (perfectamente) subtitulada Muestra de la nueva narrativa peruana (Revuelta editores, 2007), que se presentó en la última feria del libro y cuyo índice consigna una veintena de autores, efectivamente, jóvenes (la juventud, en literatura, suele orillar la base tres). En honor a la verdad, quizá el estrecho rango de edades (la mayoría oscila entre los 28 y los 32) sea el único denominador común entre tantos narradores que exhiben estilos y obsesiones peculiares. Y esto a pesar del prólogo, debido al compilador Gabriel Ruiz-Ortega, que le pone nombre y razón social a la botica, cuando ya resulta complicado hacer un inventario. Ni hablar, la diversidad es evidente. Historias de amor, de locura y de muerte. Énfasis en el asunto y énfasis en el lenguaje. Escritores, amas de casa, visitadores médicos, detectives, profesores, taxistas, vendedores de electrodomésticos. Lima, París, Río de Janeiro y ciudades improbables. Borges, Ribeyro, Bukowski, Beckett y Carver. La diversidad es evidente y también inasible. No pudo el prologuista y tampoco puedo yo. Pero los buenos oficios, y el buen ojo, de Ruiz-Ortega para reunir estos cuentos “de cierto nivel e interés” son dignos de aplauso.
Veinte cuentos donde apenas sobran tres. Tres de veinte: buen negocio. No me referiré a los saldos, pero sí mencionaré ocho cuentos que, para mi gusto, justifican las 40 lucas que cuesta el volumen: El presidente Lincoln ha muerto, de Daniel Alarcón; Los escribas de Æ, de Edwin Chávez; La tierra más lejana, de Marco García Falcón; Seltz, de Carlos Yushimito; Buscando a Forster, de Pedro Llosa; Eucaris, de Daniel Soria; El inventario de las naves, de Alexis Iparraguirre; y Piscina, de Claudia Ulloa. Podría añadir tranquilamente los nombres de Neyra (La construcción), Van Ginhoven (Las floralias) y Castañeda (Poeta Cedrus), pero los tres casos corresponden a fragmentos de una novela y, según mi lectura, brillan mejor en sus respectivas coronas.
La mayoría de reseñistas ha coincidido en subrayar la solidez y el valor casi documental de esta antología, pero la única reseña que disecciona cada uno de los veinte cuentos (quizá la manera más justa de asir esa diversidad) puede leerse en el blog de la revista virtual El Hablador (elhablador.com/blog). A ella los remito. Por cierto, el forense se llama Francisco Ángeles y, según me datearon, debutará en breve con una novela corta (¿un nuevo disidente?).
Dos masters y un potrillo
Tan pronto como el libro anterior apareció en las librerías, el terremoto originó dos réplicas. Es decir, dos temblores de pequeña magnitud. El primero lleva por título Nacimos para perder (Casatomada, 2007) y el compilador es Gabriel Rimachi. Según el blog de la editorial, se trata de una inocente “colección que aborda el tema de la derrota”, “un abanico de estilos (...) y enfoques sobre un mismo tema”. O, como dice el prólogo, “varios lados de una misma moneda” (sigo rompiéndome la cabeza para entender cuántos lados tiene una moneda). Pero lo cierto es que los propios implicados publicitaron esta antología como la competencia directa de Disidentes. Y a pesar de que algunos repitan el plato (Effio, Llosa, Page, Moretti, Ulloa y siempre Roncagliolo), un simple vistazo a los veinte perfiles desautoriza lo dicho por cierto blogger: antología de narrativa peruana última. En todo caso, la mitad de estos últimos fluctúa entre los 35 y los 45. Y cuatro ya son bastante trajinados y de sobra conocidos en el medio (Iwasaki, Donayre, Güich, Ildefonso). Además, descubro dos nombres que, según confesión pública de Ruiz-Ortega, figuraban en la nómina original de Disidentes: Max Palacios y Diego Trelles. Ignoro las razones de su separación, pero sí me gané con sus reacciones furibundas (en la blogósfera, cómo no) tan pronto como RO soltó los intríngulis de la criba. Chismes aparte, diré con toda honestidad que, mientras en Disidentes destaco ocho (por no decir once), de los veinte de Nacimos para perder sólo puedo rescatar tres. Estos son, como se dice, “goles de otro partido”: Los espectros nacionales, del master José Güich; En el batimóvil, con Miss Graciela, del master Iwasaki; y Las hojas reunidas, del potrillo Page. Los demás relatos son apenas eficientes y no exceden la categoría de ejercicios de taller. En todo caso, los ejercicios más audaces corresponden a Diego Trelles, con Primer intermezzo, y Julio César Vega, con Los cachaquitos no van al cielo. Otras objeciones: diagramación apurada, tinta irregular, muchas erratas y un diseño de cubierta ya patentado por Estruendomudo.
Lo justo, tío Lasso
He aquí otra antología que también quiso erigirse como respuesta inmediata a Disidentes. No sé quién es el compilador de Selección peruana 2 (Estruendomudo, 2007), pero debo suponer que la firma del prólogo (“los editores”) implica al dueto Fernández-Lasso. Tampoco hay forma de saber si los autores escribieron algo especial para este libro o si nada más escogieron algún manuscrito perdido en el cajón del escritorio (pasa lo mismo en Nacimos para perder). Claro, aunque el libro no lo dice, yo sé (porque los leí antes) que Áyax, de Castañeda, proviene de la novela Casa de Islandia (Estruendomudo, 2004); que La isla, de Yushimito, forma parte del cuentario Las islas (Sic, 2006); que Huayco, de Alarcón, está incluido en Guerra a la luz de las velas (Alfaguara, 2006); y que Asuntos internos, de Roncagliolo, apareció en la revista Etiqueta Negra (marzo de este año). Y también sé que no se trata de los mejores cuentos de los susodichos (Ruiz-Ortega le ganó a Lasso por puesta de mano). Sólo una vez se consigna la fuente: Viaje apátrida a la tierra del cebiche, de Daniel Titinger, que se publicó antes en Dios es peruano (Planeta, 2006). Ésta, y la de Beto Ortiz, son las joyitas de la colección. Y, curiosamente, no son cuentos sino crónicas. No hay espacio aquí para la eterna discusión sobre distancias y parentescos entre literatura y periodismo, pero cualquier lector notará que ambas piezas no encajan en la serie. En tercer lugar, debo mencionar el cuento Junta de vecinos, de Gustavo Rodríguez (más conocido como publicista que como escritor), quien, a pesar del cierre (tramposamente) sorpresivo, se las arregla muy bien para embetunar de espanto una anécdota prosaica. Y también, por cierto, destella La herida de Ricardo Sumalavia. Veamos: Titinger, Ortiz, Rodríguez, Sumalavia. Ergo, publicidad engañosa. Porque la tapa es una fotografía triunfal del delantero estrella de la sub-17, el prólogo nos invita a repasar “lo que hay hoy en narrativa”, y la contra nos vende ”una muestra de la nueva narrativa peruana”. Finalmente, palo para la calidad de impresión: parece una copia pirata. Me costó 18 lucas (a precio de feria, ojo), pero yo pagaría 10 (y esto es).
Los que se quedaron y los que se vienen
En la misma feria se presentó también El mestizo de las Alpujarras (Ediciones Copé, 2007), que recoge los tres primeros puestos y los doce finalistas del Premio Copé de Cuento (el volumen lleva el título del primer puesto, firmado por Selenco Vega). Una edición impecable (mucho lote para las 5 lucas que costó en la feria) y una nómina muy parejita. Sin embargo, debo discrepar con el medallero. El acierto del ganador es tramar una hipótesis sugerente para un pasaje oscuro de la biografía de Garcilaso, pero la peripecia, considerada en frío, carece de quiebres y sorpresas. Supongo que un historiador, o un sociólogo, apreciará este relato mucho más que yo. ¿Merece estar en este libro? Sí, pero no merece titularlo. El segundo puesto, sin duda, es lo mejor que he leído de Galarza hasta la fecha (El mapache), pero tampoco alcanza para la medalla de plata. El tercero, de Alina Gadea (La casa muerta), abunda en clichés: la mansión embrujada, la viejita aristócrata venida a menos, el mayordomo fronterizo, muchos gatos, el “tapadito”, goznes chirriantes... Ninguno de los tres ganadores supera a los doce finalistas. Otro jurado fácilmente hubiera elevado unas casillas los cuentos de Sebastián Esponda (Puma: ¿quién está contigo?), Juan Carlos Bondy (Isabel), Jorge Harten (La caverna) o Arturo Mosqueira (La parte más débil de la cuerda). Estos apenas sobrepasan los treinta y, según mi lectura, ya están pidiendo selección (cuando menos, están pidiendo editorial para debutar). Y volviendo al fenómeno que me resisto a etiquetar, sigo con las sugerencias. Tres que ya debutaron pero nadie se dio cuenta: Santiago del Prado (autor de la novela Camino de Ximena, Norma, 2003), Carlos Gallardo (autor de la colección de relatos Parque de las leyendas, Estruendomudo, 2004) y Ernesto Carlín (autor de la nouvelle inhallable Falso al amanecer, con su plata, 1999). Dijo Thays que hay casi 30 para escoger. Yo digo que hay más.
Publicado en Dedo Medio.
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