lunes, 13 de abril de 2009

Carlos Yushimito sobre DISIDENTES

Sobre florilegios y antologías:
Presentación del libro Disidentes. Muestra de la nueva narrativa peruana.*

Por Carlos Yushimito del Valle


Días atrás, el doctor Abelardo Oquendo prefería denominar a este libro ‘compilación’ y no ‘antología’. Debo confesar que esta distinción despertó en mí cierta curiosidad. Esa misma tarde recogí mi viejo diccionario de la RAE y encontré la siguiente definición: “Antología. Colección de piezas escogidas de literatura, música, etc.” Evidentemente, defraudado por la brevedad, recurrí al EspasaCalpe, y estos fueron mis hallazgos: “Antología: Libro que contiene la selección de textos literarios de uno o varios autores y, por extensión, cualquier medio (libro, disco o colección de discos, exposición, etc.) que incluya una selección de obras artísticas”. Hasta aquí mi búsqueda.

Creo que resulta obvio que la diferencia en el empleo de la palabra antología tiene, en este caso, más una justificación en el uso que en la exactitud lingüística. En lo de facto antes que en lo de jure, si me permiten la expresión. Ahora bien, creo comprender también el planteamiento que, entre líneas, el doctor Oquendo está sosteniendo tan categóricamente. En realidad, para alguien que ha pasado cinco años en la universidad estudiando Literatura (como es mi caso), no es difícil reconocer un espíritu académico que establece jerarquías dentro de una tradición que tiende a la selectividad sistémica más allá de lo meramente estético. ¿Qué otra cosa es, después de todo, lo que terminamos leyendo con cierto método sino un canon? En tal sentido es difícil no conceder a su juicio una verdad aparente, lo que al final debería llevarme a aceptar que una antología de relatos breves, al menos una de corte ‘cronológico’ (y digo antología y no compilación) no existe desde hace mucho en nuestro país, o no al menos, quizá, desde que Luis Fernando Vidal y Antonio CornejoPolar publicaran por última vez su Nuevo cuento peruano en 1984. Esto es, una selección de relatos escritos por autores enraizados en cierta conciencia colectiva; y autorizados todos ellos a estar ahí por los criterios de académicos legitimados por la exigente ciudad letrada.

Pero como les decía, la palabra antología, convertida en una prerrogativa académica por el uso, no encuentra una justificación estricta en el lenguaje. A decir verdad, compilar y antologar en este caso quieren decir lo mismo. El anexo no escrito a la definición de mis diccionarios (viejos pero no por ello desautorizados) nada quiere decir fuera de cierta contextualización: excepto que no se ha logrado inventar otra palabra, sino adaptar una que ya existía.

Si la palabra antología ha terminado por sonar demasiado académica a estas alturas, quizá prefieran emplear una alternativa más adecuada para su celebración hoy. Me refiero a la palabra florilegio, sinónimo de la ya mentada. Este vocablo conserva aún el significado inofensivo que antología ha ido perdiendo entre las vaguedades del lenguaje, los filtros del tiempo y las exigencias de la academia. Si uno se da el trabajo de hurgar en su etimología descubrirá que proviene de dos vocablos griegos: Anthos (que significa flor) y Légein (que significa reunir). En otras palabras: “Reunir flores”; lo que me hace pensar de inmediato, y no sé si a ustedes también, en un ramo rebosante de colores, texturas, olores y simetrías disímiles, pero capaces de generar una armonía estética sólidamente conmovedora.

Volveré sobre esta reflexión luego, pero quería divagar antes un poco más sobre mis aventuras etimológicas, porque fue algo que me impidió escribir, estrictamente, sobre el libro que me pidieron presentar esta tarde. Pues bien, sucede que yo pensaba encontrar el vocablo Logos en la cepa de nuestra polémica palabra. Por una simple identificación sonora (Antologíalogos), tal vez; o por la costumbre de encontrar en esta palabra el principio de todo, como arriesgara el evangelista Juan: “En el principio era el logos, y el logos estaba con Dios y Dios era el logos”. Lo recordarán. Pero encontré, en su lugar, la palabra Légein.

Les adelantaré sus significados: decir, expresar, contar; pero también reunir (para Heidegger de hecho, este último era su principal sentido). Si lo piensan bien, estamos frente a una palabra fundamental. De ella proviene el latino Lego: que se traduce como nuestro maravilloso Leer. Y lectura. Y ley. Y legado. Y diálogo. Y, desde luego, Logos. Cuando llegué a este punto me resultó, cuanto menos significativo, que esta palabra, tan esencial y problemática para el pensamiento occidental, tuviera su origen en la palabra a la que yo involuntariamente llegué a través de tan escuetas definiciones.

Pero a mí lo que me sugiere, sobre todo esta Légein, es una idea: Reunir. Cuando pensamos en lo esencial de su significado podemos entender mejor nuestra posición en el mundo y la dirección que tan sabiamente toman las palabras durante su formación. Por ejemplo, lo importante que eran las asambleas para los griegos, y en lo fundacional que fue el simple hecho de reunirse para lo que hoy conocemos como civilización o simple convivencia. La polis, la democracia. E incluso antes de ellos, incluso antes de que estas palabras fueran abstracción o pudieran ser dichas, lo importante que fue, en algún momento de la historia del hombre, que un cavernícola se reuniera alrededor del fuego con otro; que se reunieran para escoger gruñidos que florecían con un basto significado oculto. Por eso mismo creo que no es raro que este verbo haya dado a luz a la palabra, al pensamiento, a la razón, al mito o a la ley. Todos esos sentidos que Logos puede adquirir. Y por ello no sorprende que el logos, con su significado hermético, autoritario y legitimizador, provenga de tan dinámica fuerza enunciativa.

Todo esto me lo sugirió, de alguna manera, la palabra antología. Y yo creo que hay algo de fortuito y justificado en esto último, lo que no quiere ser solamente una excusa para tener algo de qué hablarles hoy, y no entrar en el siempre peliagudo riesgo de hablar de los contemporáneos. Desde luego, no podría hablarles de los excelentes narradores que se reúnen en esta antología y a quienes me honra muchísimo acompañar en ella. No, yo de verdad, he terminado por creer necesario y pertinente todo este discurso enrevesado acerca del florilegio por una sencilla razón. Sobre todo porque últimamente tengo la impresión de que las personas dicen mucho, pero no necesariamente escuchan con igual atención. Que hay una terrible necesidad de decir y no de guardar silencio, razón por la cual, las palabras terminan por volverse vacías a menudo en una lengua vivísima como la nuestra. Lo cual es una lástima. Que permitamos que los significados y los sentidos que deberían comunicarnos, acercarnos, reunirnos, terminen por perderse. O dicho de un modo más apropiado esta tarde, que terminen por marchitarse.

Supongo que resultará sumamente difícil fijar en qué momento el inocente oficio de recoger flores adquiere entre nosotros un significado distinto que muchos malinterpretan en estos soliloquios cada vez más frecuentes. En qué momento se convierte en una silenciosa lucha por ver quién ocupa el lugar privilegiado en el jarrón; por qué la mano poderosa decide qué tallos rompe o qué colores predominan en desmedro de otros. Es decir, en qué momento la cualidad conclusiva del Logos desplaza definitivamente a esa otra raíz de la cual él mismo deriva. En el simple hecho de reunir lo que se creía armonioso. Este, desde luego, es un tema mucho más difícil de rastrear, sobre todo para mí, que sigo creyendo ingenuamente que, aunque el tiempo marchita, también es capaz de regenerar lo que arruina. Y que en una antología, los textos honestamente reunidos, están por encima de quienes otorgan más importancia al poder de elegir que al simple hecho de disfrutar lo reunido. Que el tiempo todo lo pone en orden no lo dudo. Y por ello, la inclusión de unos y la exclusión de otros no tendría por qué preocuparle a nadie.

De por qué un antólogo recoge flores de tal color o tal forma no me corresponde explicarlo ahora. Lo único que creo es que nadie debería justificar sus elecciones, salvo por el simple hecho de disfrutar lo que ha reunido. Pero ese ya es otro tema. De cualquier modo, no dejo de sentirme optimista, en el fondo, porque este libro exista. A decir verdad, este 2007 es un año especial. Sólo en estos pocos meses han brotado tantos florilegios o antologías o compilaciones como en casi toda la década pasada. Me atreveré a decir que más. Y supongo que habrá una razón para esto, quizá en los orígenes de otra palabra, pero este ya no es el lugar para esto.

Por lo que a mí respecta, no importa si es esta antología u otra, si son estos criterios u otros los que guían una selección. Para mí el simple hecho de que se hagan esfuerzos por reunir, por seguir reuniendo a través de la palabra y por el solo gusto de usarla, ya hace que valga la pena celebrar la continuidad de literatura. Después de todo, a lo largo de nuestras vidas, vamos haciendo nuestras propias antologías o florilegios o compilaciones (o como decidamos llamar a este ejercicio), y son finalmente esos gustos y afinidades los que construyen una tradición. Pero aún es temprano para hablar de esto. Es probable que en menos de los quince años caprichosos fijados por Ortega y Gasset muchos de los que estamos en este libro ya no escribamos o simplemente nadie nos lea. Pero esto tampoco debería preocuparnos. Antes de que este ramillete se marchite, sólo queda ver los colores y las texturas que los componen. Y disfrutar de su efímera vida.

Disidentes. Muestra de la nueva narrativa peruana.
Antólogo Gabriel Ruiz-Ortega
Revuelta Editores, 2007
326 páginas.


* * *

*Leído durante la presentación del libro, en julio de 2007 en la Feria Internacional del Libro de Lima. Estuvieron en la mesa, además del autor de este texto, los narradores Ezio Neyra Magagna, Susanne Noltenius, Augusto Effio y Gabriel Ruiz-Ortega.
Publicado en Proyecto Patrimonio

lunes, 6 de abril de 2009

Entrevista a Aldo Vivar en Proyecto Patrimonio

“Mis personajes están atentos al ambiente que los rodea pero lo miran desde el lente de su propia soledad”

Aldo Vivar (Lima, 1961) publicó a fines del año pasado el libro de cuentos El orden de la soledad (Revuelta Editores). Este autor hace gala de un fino trabajo en los perfiles de sus personajes, quienes están dotados de una mirada especial que les permite otorgar un sentido revelador a sus actividades marcadas por la rutina. Aparte de ser un muy buen escritor, Vivar es considerado uno de los mejores médicos peruanos. Administra el blog Historia clínicas (
http://historiasclinicas.blogspot.com/)

(El orden de la soledad puede encontrarse en las principales librerías de Santiago de Chile)

La primera impresión que genera El orden de la soledad radica en que privilegias el mundo interior de los personajes.

Al comenzar a escribir cuentos estuve centrado en la narración de situaciones, pero sentía que perdía la riqueza que tiene todo ser humano: su mundo interior. Las experiencias vividas, sus emociones y la capacidad de utilizar la memoria como agente de cambio me parecieron más importantes al momento de escribir los cuentos. Todos los días pensamos en algo, conversamos con nosotros mismos y ejecutamos acciones o reaccionamos ante los hechos internos, fantaseamos, creamos nuestras propias historias o sueños para llevar de una mejor manera la vida que vivimos. Nos inventamos un futuro, que dependiendo de nuestra capacidad de emprender lo llevamos a cabo. Nuestra conducta es en parte un producto de nuestras vivencias previas.

Tus personajes siempre están atentos al acaecimiento de algo, sin forzar la realidad…

Mis personajes están atentos al ambiente que los rodea pero lo miran desde el lente de su propia soledad, ellos tienen un pasado y una riqueza interior, siempre están al borde de la ruptura con su propio orden, eso es lo que enciende el motor de los argumentos, cómo estos personajes se desenvuelven frente a los acontecimientos es lo que importa en mis historias. Ellos no esperan nada fantástico o inusual, solo los momentos cotidianos. Para mi esa es la verdadera riqueza de la vida, encontrar en las cosas simples lo trascendente.

Uno de los temas del libro, el cual se anuncia desde el título, es la soledad. ¿Cuánto tiempo te llevó ordenarlos orgánicamente?

Me llevó unos cuatro meses aproximadamente. Luego del proceso de corrección, que fue extenuante, un día decidí darle una estructura orgánica, ya que los cuentos fueron escritos a un ritmo de dos por mes. Debido a mi formación científica, coloqué palabras clave en cada uno de ellos, luego hice un listado pero me di cuenta que por ahí no iba la cosa. Una tarde, casi exhausto por encontrar un hilo conductor para temas tan disímiles, todo se me apareció como una epifanía: la soledad de mis personajes. De una manera consciente y premeditada o expulsados emocionalmente de su entorno, estaban mis personajes envueltos en su soledad viviendo sus vidas, expuestos a los acontecimientos y reflexionando sobre ellos, o acaso esperando el momento preciso para emprender un cambio.

Se nota una suerte de regocijo de tus personajes por la soledad.

Repito las primeras frases del prefacio del libro: “La soledad es un espejo en el que nos miramos por días o por siempre. En silencio o en compañía. Nuestras vidas se esconden entre esas dos palabras para las que no encontré equivalente en español: loneliness y solitude. Tenemos, como la luna, un lado visible y el otro oculto: el solitario”. Ahora, los seres urbanos, vivimos en espacios más pequeños y siempre rodeados de gente, pero creo que eso nos despersonaliza, diluye nuestras sensaciones y ambiciones, estamos uniformados, casi clonados, se nos induce a comportarnos de la misma manera, pero estoy seguro que aquello sea el fin de todo ser humano. Por eso, aun rodeados de una multitud nos sentimos solos o queremos estarlo, encontrar un espacio donde amenguar la tristeza o disfrutar de nosotros mismos, de encontrar una identidad singular. No creo que todos piensen así, acaso solo lo hagan las personas que quieren provocar algún cambio o hallar algo trascendente en sus vidas. La soledad puede ser muy creativa y placentera, de hecho la necesitas para crear, para construir e inventarte un futuro.

¿Qué autores influyeron en el libro?

A mi particularmente me gusta mucho el libro Otras tardes de Luis Loayza, tiene una sensibilidad particular, muy limeña, crepuscular. Además he leído mucho a Chejov, pero de él he tomado más esa dualidad profesional, la de ser médico y escritor. Por otro lado, leo mucho a los japoneses Yasunari Kawabata y Ryonosuke Akutagawa. Cuando comencé a escribir los cuentos, imaginaba la idea de escribir acerca de los pecados capitales, pero pronto la narración siguió otro rumbo. Pero no dejo de leer la Biblia como fuente inagotable de historias y metáforas. Me gustan los cuentos de Hemingway, aunque en él se privilegian los diálogos. Una escritora de cuentos que me fascina es Flannery O´Connor y que he leído bastante. Una de las obras que me dejó marcado también fue la Perorata del Apestado de Gesualdo Bufalino. De los contemporáneos, me gustan Philip Roth, Ian McEwan, Haruki Murakami, Alessandro Baricco y Sergio Pitol. Otro de los autores que me impresionó, luego de muchas lecturas fue Edgar Allan Poe, pero más que sus cuentos me interesó su vida, su capacidad creativa frente a la adversidad. Pero es Eureka, su obra filosófica, la que me conmueve, por las ganas que le puso al publicarla y por la poesía que creó acerca del universo. Por eso, el epígrafe de mi libro tiene una frase de Eureka. No puedo dejar de mencionar a los clásicos, sobre todo Lev Tolstoi, con La muerte de Iván Illich y Anna Karenina, o Flaubert con Madame Bovary o las obras de Shakespeare, estas últimas que leo entre novela y novela, sobre todo los Sonetos que disfruto de a pocos. Un autor que me marcó también fue Sommerset Maughan con El velo pintado. Pero más que los libros que han podido sugerir una forma de contar, los relatos de mi libro están basados en vivencias, propias o ajenas, de esos retazos están construidas mis historias.

Por la estructura, pienso en Raymond Carver.

Eso me han dicho algunas personas, pero me pasó algo curioso, descubrí los cuentos de Richard Yates, ya en la etapa de corrección de mi libro, encontré una similitud en la estructura. Otro autor que me dejó impresionado fue JM LeClezio, luego de saber de él a causa del premio Nobel, leí El africano, me agradó ver ciertos parecidos, salvando las grandes distancias, con mi manera de escribir.

Eres médico y escritor, ¿cuál es la relación que encuentras entre la medicina y el oficio de escribir?

Muchísima. Imagino primero la capacidad de observación, tengo un ojo entrenado para captar detalles, de un signo clínico o de un solo síntoma puedo diagnosticar una enfermedad. Con el tiempo aprendí a reconocer el lenguaje corporal, la inflexión de las palabras, los objetos, todos ellos contaban una historia, delataban la personalidad o las intenciones encubiertas. Al momento de construir los cuentos me ayudó mucho esa capacidad de observación, esa capacidad de fisgón que debemos de tener los clínicos y los escritores. Otra similitud sería en que ambos, médicos y escritores podemos explorar los lados vulnerables del ser humano, la de estar enfermos, allí se revelan sus secretos y sus emociones acumuladas. Pero veo además el enriquecimiento que viene en dos vías, las líneas argumentales de las obras literarias me han hecho ver que las enfermedades poseen un argumento lleno de plots, un inicio y un final, algo que en medicina llamamos historia natural. Otra similitud es la disciplina, lo que importa en el estudio de la Medicina y en la Literatura es la perseverancia, la práctica metódica y constante, el amor por la lectura y la búsqueda de fuentes, por eso admiro el ritmo de trabajo de Chejov, de Vargas Llosa, la disciplina espartana y el apego a los detalles de Nabokov, quien me recuerda a un severo profesor de medicina.

En la solapa se lee que estuviste en la Escuela de Escritura Creativa del CCPUCP. ¿Cómo fue tu paso por ella?

Es una experiencia sui géneris, de las primeras promociones han salido escritores noveles muy interesantes que ya han publicado. En realidad he sido el último de la camada en publicar. No creo que la Escuela te enseñe a escribir, creo que lo que te enseña es a orientarte, a conocer el significado y extensión de las corrientes literarias, sobre todo a personas como yo que venimos de profesiones distintas a la literatura. La Escuela te enseña además a tener disciplina, la inspiración no basta, aprendes a corregir en forma espartana, a veces a golpes, ya que tus compañeros de clase, son a veces tus más implacables críticos. Eso es bueno, la Escuela te ayuda a perder el miedo a mostrar tu obra en público, te va forjando. Creo que las personas que no tienen el talento de escribir, ni la perseverancia, sólo aprenderán la teoría de la estructura. Una de las cosas que más aprendí es la capacidad de los metatextos en literatura, eso que me llevó a escribir en mi blog, eso de una de las leyes de la termodinámica: la literatura no se crea ni se destruye, sólo se transforma. La mayoría de temas ya están contados, lo que varía es la forma de escribirlos. Tanto Alonso Cueto como Iván Thays, han hecho un trabajo memorable con nosotros, en cierta medida, somos fruto de sus mentes emprendedoras, se jugaron por el experimento y veo que a diferencia de Dr. Frankenstein han logrado resultados notables con muchos de nosotros. Creo que muchos de mis compañeros al igual que yo le debemos mucho al empuje y al estilo de ambos, para leer, para escribir o para afrontar la literatura como una forma de vida.

Se sabe que a la hora de escribir entra en juego lo leído y vivido. En tu caso siento que es más lo segundo, en cuanto a las situaciones que recreas, a las atmósferas muy bien trabajadas que nos llevan a ser parte de las situaciones en las que están inmersos tus personajes, se presiente una especie de intimidad, de susurro.


Como dije, mis relatos son retazos de vivencias propias y ajenas. Una ventaja que te dan los años vividos, no imaginas además la cantidad de historias que conozco día a día, trabajo en un hospital público, hago docencia universitaria. Allí están, mis pacientes, mis alumnos, mis amigos, mis propias experiencias todos ellos alimentándome de anécdotas, de historias, de detalles. Sólo debo de tener un espacio de soledad, sí la misma del libro, la solitude, para ordenarlas y dar vida a mis personajes.

También se lee en la solapa que tienes una novela en fase de magma. ¿Puedes decirme de qué va?

Pienso hacer una novela de aprendizaje, desde siempre he intentado explicar muchas cosas, que me pasan o suceden a otros, es un estilo de vida, cuando no sé algo y me pica la curiosidad no paro hasta averiguarlo, hasta desentrañar las causas, en realidad lo hago todos los días en mi labor diaria. Me interesa conocer los lados oscuros del ser humano, de los grupos sociales, y como rebelde que soy defender la individualidad y la libertad a toda costa. Mi novela tratará de explicar, el mundo médico desde dentro, para desmitificarlo algo, reconstruirlo a partir de sus contradicciones. Finalmente somos seres humanos y caemos entre el bien y el mal, algunos en un lado mas que otros, no importan cuantos títulos o distinciones se tengan, los médicos somos personas que sabemos un poco más de algo, nada más, tenemos las mismas virtudes y defectos que el resto. Me ha entrado la peregrina idea de hacer la novela como un descenso al infierno de Dante, luego una redención. Para ello también he leído El paraíso perdido de Milton. Pero a la hora de escribir seguro me saldrá otra cosa. La historia es la de un médico joven, que ingresa a un hospital para su entrenamiento, allí descubrirá no sólo sus limitaciones como persona y profesional, sino además se dejará arrastrar por un sistema perverso que al inicio repugnaba. En un momento sentirá que las circunstancias actuarán contra él y aprenderá a lidiar con aquellas, esa será su transformación. Más que con el argumento, que tendrá una epidemia de por medio, trabajaré la estructura, en una combinación de narrativa y lenguaje médico. En esta novela hasta las historias clínicas tendrán mucho que decir.

viernes, 3 de abril de 2009

José Miguel Herbozo sobre LA LÍNEA EN MEDIO DEL CIELO

Creo que la primera novela de Francisco Ángeles debe ser una de las apariciones más recordables de nuestra narrativa reciente. Tanto la modalidad narrativa que elige y ejecuta, los temas que explora y la relación particular que un libro de este carácter tiene con otras apariciones de la década me parecen sencillamente interesantes.

La línea en medio del cielo cuenta la historia en que Ignat recuerda las circunstancias de la muerte de Virginia, transcurrida varios años antes de que Ignat se decidiera a escribir la historia. Esta novela propone un modelo narrativo que intenta reconstruir los hechos del pasado pero no lo hace cronológicamente: en todo caso, se podría decir que parte en un momento de la relación entre Ignat y Virginia, y termina revisitando la muerte de la última tras volver a narrar el comienzo de la historia, pero desde otro punto de vista. Así, la estructura del relato que parte del final y va hacia el comienzo representa un retorno en búsqueda del sentido del pasado, un círculo que cuenta dos veces las proximidades de la muerte de Virginia. La novela se ordena alrededor de la acumulación de experiencia y la culpa por la muerte que la soledad genera en Ignat, el protagonista.

La línea en medio del cielo propone un especial acercamiento a sus personajes a partir de dos creencias: la primera es que el narrador parece confiar en la capacidad de las pulsiones y los momentos de tensión para revelar la naturaleza profunda de las personas; la segunda es la determinación de las vidas más simples a los hechos del poder. Mientras el tema de las pulsiones es fundamental porque organiza la historia a partir de la muerte de Virginia, (mediante la pulsión de muerte o el final de la virginidad de Virginia); el tema del poder ha sido planteado de una manera tan fría que algunos lectores lo han considerado un error, pues les parece un accesorio para poder contar la historia. Sin embargo, creo que el libro hace bien en desprenderse un poco de un marco político (acaso los noventa), en especial ahora que hablar de narrativa peruana no vale si no se habla de sendero. Lo que esas menciones aparentemente tangenciales a un poder que nos determina son importantes porque genera las condiciones para el desenlace, la muerte de Virginia. Y aunque el vínculo se pudo escribir en ese lenguaje que parece explorar la última verdad de Ignat, y resultar así más cálido, se puede redondear este tema regresando a una determinación en lo político que cree en el poder de la ficción para entender que lo político es un relato que se le cuenta a la gente para manipularla.

A partir de la modalidad narrativa y los temas más recurrentes, se pueden establecer algunas conclusiones importantes en relación con lo que se viene produciendo en narrativa peruana. Sin duda, y pese a sus diferencias, estamos ante un libro que cala bien en el catalogo de su editorial, pues es una novela que esta inscrita fundamentalmente en las claves de una narrativa mas preocupada en el cuidado de la prosa y en la exploración de los rasgos de identidad de sus protagonistas. En ese sentido, tiende puentes con novelas como Casa de Islandia de Luis Hernán Castaneda o Habrá que hacer algo mientras tanto de Ezio Neyra, pese a la notoria diferencia de obsesiones de los dos mencionados.

Después de todo, queda la impresión de que todavía se puede escribir narrativa indeterminando las historias, jugando en el límite de las posibilidades de la ficcción realista y explorando otras formas de representación. De hecho, La línea en medio del cielo es un libro que pone como tema el lugar de Mario Bellatín en nuestra literatura, acaso el narrador que más ha experimentado con las posibilidades de representación de Latinoamérica sin convertir a Latinoamérica en su tema central (me refiero, al menos, a la primera etapa de Bellatín) durante los años noventa y los primeros de esta década.

Publicado en Sillón Voltaire

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