sábado, 29 de agosto de 2009

Augusto Rubio Acosta sobre DEMOLER (en Marea Cultural)

The Wonder Years
El último fin de semana un par de medios escritos dedicaron líneas y páginas a "Demoler. Un viaje personal por la primera escena del rock en el Perú (1957-1975)", el libro de Carlos Torres Rotondo que ha aparecido publicado bajo el sello Revuelta. Leí que el volumen era un documento definitivo sobre el rock nacional y que había sacado del olvido a muchas bandas importantes que incluso influenciaron a personajes de la música como Rob Younger, vocalista de Radio Birdman. El fin de semana pude acceder a la portada del libro gracias a los links que algunas amistades comparten con este blogger vía Twitter y empecé a ver el asunto con marcado interés, sobre todo teniendo en cuenta que estaría en Lima varios días de esta semana que aún no termina.

Los Saicos, Los Shain’s, Los Belking’s, Laghonia, Telegraph Avenue, Tarkus, El Polen... Las bandas que forjaron la leyenda del rock de los años sesenta y setenta (con fotografías, anexos y detalles a la mano) ahora estaban a mi alcance y para eso se habían utilizado técnicas narrativas provenientes del periodismo, la historiografía y las ciencias sociales. Un documental que no quería perderme. Por eso, cuando conversé con el autor y las preguntas se sucedieron unas a otras (entrevista en vídeo de 25 minutos de duración disponible en unas horas), comprendí por qué la atmósfera creativa de aquéllos lejanos y primigenios años de la escena peruana se ha proyectado hasta nuestros días con su cuota de originalidad, rebelión e innovación propias de la contracultura.
Publicado en Marea Cultural

viernes, 28 de agosto de 2009

DEMOLER. Dos entrevistas anticipadas (El Peruano - Phantom Magazine)


La primera entrevista, de Ernesto Carlín (El Peruano) fue publicada en febrero o marzo. La segunda, de Paola Miglio Rossi (Phantom Magazine), en diciembre del año pasado.

Entrevista en El Peruano – Ernesto Carlín

En el recordado blog Zona de Noticias aparecieron hace un tiempo unas interesantes crónicas sobre el rock peruano. El autor de esos textos, el escritor Carlos Torres, está a punto de publicar Demoler. Un viaje personal por la primera escena del rock en el Perú. 1957-1975.

¿Por qué le interesaste en la historia del rock peruano habiendo otros movimientos musicales más arraigados?

Esta investigación no me la ha pagado nadie. La he hecho porque me ha gustado. La primera escena del rock en el Perú es una escena de un altísimo nivel musical. Eso es algo reconocido internacionalmente, pero recién se está tomando en cuenta aquí por un círculo muy pequeño. Gran parte de los problemas que hubo en los ochenta y sigue habiendo es la falta de una tradición roquera sistematizada. Si no tienes una tradición, no puedes dialogar con ella. Para responderte rápido, por qué rock y no chicha, es que a mí me gusta el rock.

¿La chicha se la deja a su hermano, el sociólogo Santiago Alfaro Rotondo?

Mi hermano está más interesado en eso. A mí también me interesa como género, pero no hasta el punto que sí me interesa el rock.

¿A qué le atribuye que se haya ignorado tanto tiempo a la sicodelia peruana?

Es que sí le han hecho caso. Ha habido reediciones en Estados Unidos, Europa, pero no aquí. ¿Por qué no le han hecho caso? En primer lugar, hubo un hiato fuerte entre el 75 y el 83, un periodo de pausa en el que el rock volvió a las catacumbas. En los ochenta no hubo una continuidad. Fue algo que se ha ido descubriendo poco a poco.

Se dice que por Velasco se murió el rock peruano en los setenta.

Es una verdad parcial. Pero también en el mundo hubo un agotamiento de la contracultura clásica como generación. En parte, también es que los músicos que estaban acostumbrados al apoyo de las disqueras y la televisión se quedaron solos, y no tenían una cultura de “hazlo tú mismo”. Pocos tomaron la música como carrera.

¿Es falso que el rock en el Perú haya sido de elite al inicio?

Los primeros grupos roqueros en el Perú surgen en el Callao y Miraflores en el 57. Luego, en el 65, cuando empieza a crearse un circuito surge en distritos como Lince, Pueblo Libre, Jesús María, barrios por el estilo, más Miraflores. Ahora bien, había grupos de una clase social alta, Mads, Traffic Sound, como otros que venían de sectores populares. El más emblemático es el de los Yorks, gente del Rímac, La Victoria, etc. Es más, el cantante es pescador de Ancón y obrero de la fábrica Nicolini. El rock recorrió desde la clase media alta a la media baja, pero al final hubo elitismo por lo que al final desaparece.

¿Es chauvinismo decir que Los Saicos son los padres del punk?

Los Saicos tienen un sonido similar que salen ese mismo año y que están distreibuidos alrededor del mundo. Los Seeds en Los Ángeles, los Monks de Hamburgo, los Sonics de Seattle y Los Saicos de Lince, son grupos que en el año 65 que sin haberse escuchado entre si, tienen un sonido más crudo, más garajero. Los Saicos no son creadores del punk porque el punk es una etiqueta. Este grupo es la gran excepción de haber tenido una influencia permanente debido a la escena subterránea.

Dato
Su padre Carlos Torres Requena fue músico del mítico grupo sesentero Dr. Wheat.

Algo más
El libro Demoler. Un viaje personal por la primera escena del rock en el Perú. 1975-1975, vendrá acompañado de un cd con temas de la época.

Sumilla
Carlos Torres Rotondo es también autor de la novela Nuestros años salvajes.

Entrevista en Phantom Magazine – Paola Miglio Rossi

Carlos Torres Rotondo
La clave del rock peruano

Entre 1957 y 1975 en Perú se generó la que quizá haya sido la escena rockera más arriesgada e ignorada América Latina. Los grupos grababan discos, salían de gira en el país y fuera, eran aplaudidos y reconocidos. Carlos Torres Rotondo se ha dedicado a recopilar pieza por pieza. Su libro La Historia del Rock Peruano (1957 y 1975) teje, de manera diestra e impecable, la historia del rock peruano. Su despertar, su comienzo, su evolución hasta el momento clave en el cual todo se detiene. En 1975 la el rock en el Perú enmudeció. Fueron las bandas de rock subterráneo y los músicos de pop en castellano quienes en 1983 refundaron la escena, desconociendo casi por completo lo hecho antes.

En 1957 salieron a la venta las primeras grabaciones de rock peruano (el miniplay de Los Millonarios del Jazz y los 45s de Mike Oliver). En 1965 los Saicos inventaron el punk junto con otros grupos del planeta. En 1966 Los Belkings iniciaron un camino instrumental que los llevaría a un sonido que es a la vez surf, jazz, latin soul, cumbia y que algunos han llamado proto lounge. Y en 1967 Los York´s y Jean Paul el Troglodita destrozaron salvajemente los escenarios y las consciencias e introdujeron por primera vez en la música peruana una actitud individualista, ambigua y provocadora.

La historia recién comenzaba. Año a año se fue nutriendo de más músicos y bandas que lograron despertar el hambre musical de más de una generación. El investigador y literato Carlos Torres Rotondo decidió contar esta desconocida faceta de nuestra música en detalle y acaba de lanzar un libro que se convierte en una caja de herramientas metodológicas, una película de género documental, una base de datos o una novela con referentes reales. “El lector puede elegir la perspectiva conforme a sus intereses. Lo único que quisiera es que se lea críticamente y que la gente se interese por el tema y empiece a investigar por su cuenta. Ya lo decía Camus: ´la tradición no se hereda, más bien se conquista´”, indica Torres Rotondo.

¿Cómo ha sido el proceso de investigación? ¿Con quienes te contactaste?

Empecé a escuchar la música que grabó la primera escena del rock en el Perú en 1999. Al año siguiente empecé a hacer entrevistas y a encerrarme en hemerotecas para revisar los periódicos y las revistas de ese entonces. Como mi padre era un músico de la época, su nombre me abrió varias puertas. Continué la investigación en Lima durante dos años y luego me fui a vivir a Madrid. Ahí colaboré en la reedición y en los textos de los discos que salieron en España de New Juggler Sound, Los Holys, Nilo Espinoza, Los Yorks y otras bandas peruanas de la época. Esa relación con la arqueología discográfica me permitió conversar por chat o teléfono con los músicos que me faltaba entrevistar. En 2003 me encerré durante varios meses para escribir un borrador. Lo dejé descansar y pasé tres años reescribiendo el manuscrito hasta que llegué al ritmo que creo que merecía una historia como esta. Son casi 10 años los que he vivido reconstruyendo los años sesenta.

¿Descubriste secretos turbios en todo este proceso? ¿Cómo se presentaba el círculo de rockeros, productores… peruanos?

Muchos: productores que metían cabeza, líos de drogas, cárcel y un largo etc. En el libro solo he puesto lo que los mismos músicos me han autorizado difundir, el resto me lo he guardado por respeto a la intimidad de los protagonistas.

¿Qué es lo que más te ha sorprendido en tu investigación?

El nivel musical alcanzado por las principales bandas, hecho que contrasta con el olvido absoluto al que han pasado los héroes (nunca mejor dicho) de esta historia.

Me comentabas que hay un gran gap en el rock peruano después de mediados de los setenta, ¿a qué se debe? ¿Se explica en parte por el contexto que vivía el país?

En los sesenta los grupos salían en la radio, en la televisión a la hora del almuerzo, hacían giras nacionales, grababan discos y algunos se vendían bastante, pero todo acabó repentinamente, tanto así que mi generación, la que empezó a rockear en los ochenta, desconocía por completo lo que habían hecho nuestros padres. Era como si un archipiélago de silencio separara a las generaciones. En todo caso, los músicos de la primera escena del rock en el Perú no conocieron el Do It Yourself, filosofía autogestionaria que recién llega al Perú con la movida subterránea en 1985; eso y las consecuencias de la revolución nacionalista del general Velasco hicieron que, parafraseando la canción, no quedara huella. Por otro lado, a fines de los sesenta la cumbia comienzó a reemplazar al rock como música urbana emblemática, lo cual tiene que ver con procesos sociales mayores. Paralelamente, la generación de los sesenta (lo que Timothy Leary llama la contracultura clásica) muestra signos de agotamiento. En la segunda mitad de los setenta toda Latinoamérica es un desierto de dictaduras de derecha. De las ruinas sale el punk y un renacimiento del rock, esta vez hecho en castellano, conquistando el imaginario generacional a partir de 1985. Claro que los sucesos de la historia oficial tienen que ver con los pequeños sucesos de la historia de la música.

¿Qué viene en los ochenta? Se presentan varias tendencias, habiendo analizado todo lo que ocurrió antes, ¿por qué crees que no se produce una continuación, mejora y evolución?

Los hitos del resurgimiento del rock en el Perú en la primera mitad de los ochenta fueron la creación de una movida subterránea y el boom del rock en español. La nueva generación carecía de base, no solo por el hecho de que la mayoría de músicos no sabía tocar, sino porque no había una infraestructura empresarial y, peor aún, educativa. En los ochenta tuvimos que rockear rabiosamente desde cero, sin tradición y no futuro.

Tuvimos y tenemos gran cantidad de grupos que hacen buen rock, ¿cuál crees que ha sido el elemento clave que faltó y falta para el despegue?

En los últimos años se ha mejorado a nivel profesional, poco a poco recuperaremos la inspiración. No creo que pueda hablar del futuro del rock nacional, nadie puede hacerlo, en realidad, pero yo aún menos, porque he gastado toda mi energía en la arqueología y he descuidado por completo el presente, el estar al día con los nuevos lanzamientos. Sin embargo, soy optimista. Poco a poco estamos conociendo nuestra tradición y ya se está contando con una mayor infraestructura empresarial. Lo que sobra es talento. En lo que hay que trabajar, en todo caso, es en la educación del público, en hacerlo un consumidor más exigente.

¿Crees que los peruanos apreciamos nuestra música?

Se aprecia lo que se conoce. Los que conocen nuestra tradición musical la aprecian mucho. Los que no, se contentan con lo que escuchan, es a ese público hacia el que hay que dirigir los esfuerzos.

SUMILLAS

En 1968 Traffic Sound inició un viaje psicodélico y de fusión durante una época de convulsión social, de legítimas voluntades de insurrección y de presiones oligárquicas. En 1969 los Mad´s viajaron a Inglaterra invitados por los Rolling Stones. En 1970, solo para concentrarnos en un año, Pax fue el primer supergrupo de hardrock, el Polen fusionó por primera vez música andina con rock ácido y contagió con su espíritu hippie a Los Jaivas en Chile, Arco Iris en Argentina y Génesis en Colombia. También estaba el funky latino de los Black Sugar y de Nilo Espinoza, el latin acid rock soul personalísimo de Telegraph Avenue y un largo etcétera. Carlos Torres Rotondo

No creo que pueda hablar del futuro del rock nacional, nadie puede hacerlo, en realidad, pero yo aún menos, porque he gastado toda mi energía en la arqueología y he descuidado por completo el presente, el estar al día con los nuevos lanzamientos. Sin embargo, soy optimista. Carlos Torres Rotondo

jueves, 27 de agosto de 2009

Gerardo Manuel sobre DEMOLER (Disco Club - Blogs El Comercio)


Este mes de agosto se muestra felizmente muy movido para la escena del rock nacional, no solo por la cantidad de eventos preparados para celebraciones de aniversarios de lugares tan queridos como Arequipa, Tacna y otros, sino también porque en la programación de esos eventos se han incluido artistas que cultivan el género nacidos en casa. Pero al margen de estos eventos ya tradicionales, vamos a tener uno muy especial este viernes 28 en el Gran Parque de Lima, una jornada que contará con la presencia de tantos grupos como sea posible. El evento llamado “25 años de Rock Nacional” es solamente el punto de partida para un proyecto mucho mayor que se realizará próximamente y que abarcará los más de 50 años que conforman la historia completa del género más popular de nuestro tiempo en nuestras tierras.

Podremos disfrutar de esta reunión gracias a la iniciativa de Apdayc, una institución que ha sufrido una serie de vaivenes en los últimos años respecto a su credibilidad y estabilidad, pero con la constancia de sus directivos y el apoyo de sus miembros ha sabido capear el temporal, mostrándose como una entidad respetable y que realmente hace su labor --que es tan difícil-- con verdadera eficacia. Ellos han reunido este staff de rockeros peruanos para rendir tributo a los compositores locales que a través de los últimos 25 años nos han traído canciones cuya trascendencia ha desbordado nuestras fronteras. No voy a decir nombres en especial porque, en verdad, todos se merecen estar en una lista de honor.

Creo que es obligatorio que todos estemos allí para alentar a los nuestros y poder conseguir una unión que demuestre que vale la pena esperar por el evento mayor. La otra parte de la celebración para el rock peruano proviene del lanzamiento de un trabajo escrito que reivindica la otra mitad del rock peruano.

Cuando en 1970 surge por casualidad la oportunidad de formar El Humo, nunca imaginé que ese aroma creativo enviaría sus raíces y efluvios de manera que perdurasen en el tiempo hasta nuestros días, y hoy puedo compartir con ustedes esta sensación gracias al impecable trabajo de un joven escritor y trabajador de la pluma como Carlos Torres Rotondo, cuyo “Demoler” acaba de ser editado y es definitivamente el documento que faltaba para reivindicar aquellos primeros momentos del movimiento rock en el país ocurridos entre 1957 y 1975.

Carlos nació en Lima en 1973 y tengo la satisfacción de conocerlo desde muy pequeño porque su padre, conocido como “El oso”, también estuvo involucrado en ese extenso club llamado El Humo (grabó con nosotros el segundo y el tercer álbum (“Machu Picchu 2000” y “¿Quién es el mayor?”) y también fue integrante de una de las grandes bandas surgidas en los años 70 llamada Dr. Wheat. Carlitos es de formación autodidacta pero licenciado en Ciencias de la Comunicación y con estudios de Literatura. Ha trabajado en periodismo, docencia y producción musical. Su primera novela la publicó en el 2001 y se llamó “Nuestros años salvajes”. La inquietud de buscar nuevos horizontes lo llevó a España, donde siguió cursos de posgrado y continuó elaborando su obra.

“Demoler” nos cuenta la historia de la escena rockera peruana que se desarrolló entre mediados de los 60 y principios de los 70 y en la cual se hizo la música más innovadora, original y a la vez olvidada en America Latina. Grupos como Los Saicos, Los Shain’s, Pepper Smelter, Los Belkings, Jean Paul “El Troglodita”, Los Yorks, Laghonia, Traffic Sound, Los Mads, Telegraph Ave., Pax, El Polen, Black Sugar y muchas otras bandas fueron la respuesta nacional a una rebelión juvenil a escala global.

Con este libro se narra la historia intentando romper un injusto silencio en torno a uno de los momentos cumbres de la contracultura en la región. Creo que es un libro definitivo para que las nuevas generaciones se sientan orgullosas de su pasado musical.

Publicado en Disco Club (Blogs El Comercio)

domingo, 23 de agosto de 2009

DEMOLER. Entrevista a Carlos Torres Rotondo en El Dominical (El Comercio)


MÚSICA

Magia en la periferia

Por: Diego Otero

Justo antes de partir a España, asfixiado por la grisura limeña, el escritor Carlos Torres Rotondo (Lima, 1973) recibió un par de caset de noventa minutos en los que se desplegaba el sonido de algunas de las bandas más importantes de la primera escena rockera limeña: Los Saicos, claro, pero también Los Shain’s, Los Belking’s, Laghonia, Telegraph Avenue, etcétera. El efecto fue letal e inmediato: nunca más pudo sacarse de la cabeza ese puñado de canciones; esos sonidos que desde entonces no dudó en calificar de brillantes.

Pocos años después, afincado ya en Madrid, Torres Rotondo volvía a esos caset como quien vuelve a los orígenes de su historia: a su genealogía. Su genealogía como limeño y como obstinado oyente de rock, pero también de un modo más concreto, como hijo de Carlos “Oso” Torres Requena, uno de los bajistas más importantes de dicha escena. ¿Pero, por qué recién a los veintitantos, lejos del país, escuchaba la fuerza de esos grupos?, ¿cómo era posible que nadie en Lima le hubiera contado qué pasó con estos precursores? Escribir el libro, entonces, se convirtió en una urgencia personal.

Hoy día, con el libro finalmente publicado, una cosa es clara para Torres Rotondo: relatar la historia de la primera escena del rock peruano es intentar conocer una zona valiosa y singular de nuestro pasado más reciente; una zona que diversos factores han sumergido en la sombra. En “El corto verano de la anarquía”, el poeta y novelista alemán Hans Magnus Enzensberger dice que la historia es siempre una ficción colectiva, y por eso Torres Rotondo ha construido un relato que tiene el ímpetu de una novela, pero que responde al estricto testimonio de los propios músicos.

En “Demoler” combinas técnicas narrativas, de periodismo, de historiografía y de ciencias sociales, casi a la manera de un documentalista

Siempre supe que tenía que relatarse en forma de libro. Es muy difícil que alguien pueda hacer un trabajo audiovisual con este material porque cuando entra Velasco al gobierno, Telecentro, la entidad encargada de la televisión, reutiliza las cintas que contenían performances de todos estos grupos de rock.

¿Bajo qué criterios decides centrar el espectro del relato en los años 57-75?

Al comienzo quería hacer un libro sobre el rock peruano que echara una mirada totalizadora, pero luego me di cuenta de que entre los años 75 y 83 se produce un hiato que lleva a nuestro rock a las catacumbas, y que para relatar eso habría tenido que recurrir a metodologías más complejas o trabajosas. Además, claro, la diferencia en términos cualitativos es abismal. El nivel de la primera escena es mucho más alto.

¿Tan notoria es esa diferencia? ¿Te parece verdad ese mito que dice que la escena peruana de los sesenta es la mejor de Latinoamérica?

No, me parece un comentario más bien chauvinista. Hay bandas interesantes en varios países de América Latina, pero como conjunto sí fue una de las más fuertes. Brasil y Uruguay también lo fueron, desde luego. Pero para poder hablar de estas cosas necesitamos que la historia exista. Toda sociedad necesita una historia del espectáculo y de la ideología que lo sustenta. En ese sentido “Demoler” es parte de una arqueología del saber, para usar la expresión de Foucault.

Cada uno de los capítulos de “Demoler” cuenta la historia de una banda, desde su formación hasta su eclipse. Y como disolver un proyecto para luego reaparecer en otro ha sido práctica habitual entre los músicos de rock, algunos personajes de este relato se entrecruzan y generan una trama narrativa sugerente, que siempre parece espontánea.

¿Qué llevó a una escena tan diversa y vigorosa a la extinción y al olvido?

Hubo varios factores, pero el principal quizá fue esa especie de agotamiento generacional en un nivel global. En ese sentido yo creo que hubo un combate desde el poder, desde arriba, en todo el mundo. Ya por el 73, con la crisis del petróleo, toda la movida hippie, todo lo que Timothy Leary llama la contracultura clásica, entra en decadencia, hasta que empieza un nuevo ciclo, con una nueva posta generacional, en 1975. La historia del rock es una historia de hiatos, de picos y decadencias.

Entrevista publicada en El Dominical. Imagen de CTR tomada de aquí.

sábado, 22 de agosto de 2009

DEMOLER. Entrevista a Carlos Torres Rotondo en Luces (El Comercio)

El rock peruano como literatura
“DEMOLER. UN VIAJE PERSONAL POR LA PRIMERA ESCENA DEL ROCK EN EL PERÚ 1957-1975” ES EL SEGUNDO LIBRO DE CARLOS TORRES ROTONDO. UN DOCUMENTO DEFINITIVO SOBRE EL ROCK NACIONAL
Por: Francisco Melgar Wong
La historia que se relata en tu libro empieza en 1957 y acaba en 1975. ¿Por qué no quisiste investigar lo que ocurrió después, en la escena de los años ochenta?
El rock peruano empieza en 1957. La última grabación de esa generación se da en 1975. De 1975 a 1983 el rock regresa a las catacumbas, hasta que a partir de 1984 estalla la movida subterránea y, paralelamente, el fenómeno del pop en castellano. Con este silencio de ocho años enfrentar la segunda época del rock peruano implicaba tratar otro universo ficcional y utilizar otra metodología, y lo que yo quería era crear un mundo cerrado que la primera escena sí contenía. Los rockeros que empezaron a hacer música en los ochenta, entre los cuales se cuenta mi generación, no sabíamos qué había pasado en esa época. Ese es un proceso de descubrimiento que ha comenzado hace diez años. Proceso del cual este libro es parte, por supuesto.
¿Existe un espíritu común que hermana a las bandas peruanas de esa época?
Te respondería con lo que dijo Rob Younger, cantante de Radio Birdman, el gran grupo punk de la movida australiana, cuando Íñigo Munster le puso el disco de los Saicos: “Esto no suena como punk inglés ni como punk estadounidense. Esto es otra cosa”.
“Demoler”, el nombre del libro, es también el título de la canción más popular de los Saicos…
El título del libro hace alusión a la canción más conocida de la primera escena del rock en el Perú, al primer hit netamente peruano y a un espíritu que es el espíritu del libro.
El libro no está escrito de forma puramente documental. ¿Quisiste crear un texto a medio camino entre lo periodístico y lo literario?
El periodismo es la dictadura del presente. Lo que yo he querido hacer es reconstruir una época. He utilizado muchas técnicas, sobre todo del nuevo periodismo, dado que tenía que hacer preguntas rarísimas, además de entrevistas kilométricas para reconstruir escenas. Pero lo que yo quería era hacer escenas, crear una narrativa, quería que cada historia fuera un cuento. He intentado hacer todo lo posible para que el libro se lea como una novela y que la gente se interese por la excelente música que se hizo en ese momento. Es ridículo que hagan ediciones en España, en Estados Unidos, en Inglaterra, en Japón y que los peruanos mismos no sepamos que existe el disco de Zulu, que es un discazo que habla sobre San Isidro y sobre emociones que yo he sentido.
Uno de los protagonistas del libro es tu padre, quien fuera bajista de Pax y de El Humo. ¿Eso motivó la investigación?
Mi padre fue uno de los protagonistas de la época. Este libro no es solo una genealogía del rock, algo que le puede interesar a todo el mundo, sino también una búsqueda del lugar de donde vengo, de la tradición con la que voy a dialogar.
El libro lo escribiste en España a lo largo de diez años. ¿Alejarte del Perú permitió que te acercaras de manera más objetiva a los hechos?
El libro lo escribí en España haciendo trabajos proletarios. Nadie me financió. La llamada a Saúl Cornejo de We All Together fue de una cabina telefónica desde donde podía hacerla gratis. Lo hice con muchas limitaciones, por eso regresé a Lima para confirmar datos y fue un “hazlo tú mismo” en todo sentido. Ese viaje a España fue un viaje temporal hacia esa época.
¿Qué fue lo que más te llamó la atención a lo largo de tu trabajo?
El abandono en el que encontré a muchos músicos. Mucha gente estaba en la calle. Es como si el Perú los culpara por hacer algo bello. Espero que este libro solucione un poco ese olvido.

DEMOLER en Somos (El Comercio)

Demoler
Carlos Torres Rotondo
Revuelta Editores
Lima, 2009-08-22 280 pp.

Cuenta la tradición urbana que el rock peruano vivió días de gloria entre 1957 y 1975, dando lugar a grupos como Los Saicos, que ahora, redescubiertos, remasterizados, y en CD, son un grupo de culto. Pero a la gloria le sucedió el olvido. Por eso, ahora pocos conocen bien la historia y música de grupos como Los Yorks, Traffic Sound, Pax o El Polen, verdaderos dinosaurios, la avanzada rockera de aquellos tiempos. Torres Rotondo ha reconstruido sus historias, comparándolas con la escena rockera internacional, donde mal parados no salimos. Sin nostalgia y con ánimo testimonial, este libro puede ser un boom entre los recientes y antiguos muchachos.

Edición de Somos, del sábado 22 de agosto

martes, 18 de agosto de 2009

DEMOLER - Entrevista a Carlos Torres Rotondo en Caretas



Clic en las imágenes

sábado, 15 de agosto de 2009

DEMOLER - Capítulo: Tarkus

Cierto candente sábado a fines de abril de 1972 estalló el Rock Pesado en el Perú. El estadio de Chiclayo estaba abarrotado con más de dos mil personas que esperaban escuchar un concierto de Telegraph Avenue, el grupo peruano que el año anterior había editado su primer vinilo, un éxito de ventas que superó cualquier récord en el rock nacional hasta ese entonces. Al caer la noche, luego de que tocaran algunos artistas sin mayor brillo, el presentador anunció al público la llegada de la banda estelar. La entrada de los músicos desconcertó a los espectadores que los conocían de anteriores recitales. Álex Nathanson continuaba en la primera voz pero ya no se encargaba del bajo como solía hacer en Telegraph. Incluso su atuendo era diferente: vestía un poncho rojo y su pelo largo estaba peinado con raya al medio como el resto de sus compañeros, hecho que no se veía ni siquiera en Lima, ya que todos los hippies nacionales llevaban raya al costado. Y del resto de la banda ni hablar. El más fanático podía reconocer a Walo Carrillo, también de Telegraph, sentado tras la batería aporreando los tambores, pero ahí acababan los parecidos. Los otros músicos eran unos completos desconocidos. Se trataba de los argentinos Guillermo Van Lacke en el bajo y Darío Gianella en la guitarra. Cuando empezaron a tocar, Chiclayo dejó la tierra y viajó a Marte. La música era un hardrock oscuro y raro; la expresividad del vocalista y lo poético de las letras eran casi operísticos. Aunque su propuesta era una mezcla de Black Sabbath con Led Zeppelin y toques de Almendra, su sonido incluso prefiguraba el de la British new wave of heavy metal de fines de los setenta. Además, había bastante teatro: el público se quedaba con la boca abierta cuando Nathanson caminando como un jorobado y con un lamparín de kerosene en la mano entonaba con su falsete de hembrita ese cuento digno de Salgari llamado El Pirata; porque los temas eran propios y en castellano, y las letras tan metafóricas y alucinantes que muchos lamentaban no tener un ácido bajo la lengua en aquellos momentos. Y Darío Gianella, con apenas diecisiete años recién cumplidos, se revolcaba en el piso como Angus Young de AC/DC pero sin uniforme; ese fanático de Jimmy Page no lo necesitaba porque ya vivía en su propia alucinada y ésta era visible para el que escuchaba su música venida de otra dimensión. Obviamente no eran Telegraph Avenue, pero usurpaban su nombre.
La verdadera historia de Tarkus tiene su origen en sucesos acaecidos pocos meses atrás. En el verano de 1972 Telegraph Avenue vivía su mayor momento de esplendor. Su primer LP había logrado una difusión inusitada hasta ese entonces. Tenían programados conciertos todas las semanas en el Galaxy y Walo, cumpliendo su función de manager, contestaba llamadas de todo el país. Pero como dice la canción: todo tiene su final, nada dura para siempre.
Cierta mañana estival Walo se dirigió en su Volkswagen al bowling de Miraflores, donde unos patas apodados Los Franceses vendían tronchos armados a diez soles cada uno. Los encontró, pero un minuto después la policía los ampayó a todos negociando una colombiana con una mayor concentración de THC que la piurana común y silvestre. Los transeúntes lo vieron junto a los pushers mientras la tombería los empujaba violentamente al patrullero. Apenas pudo, Walo llamó por teléfono Chachi Luján: Telegraph iba a tener ensayo esa misma tarde y los muchachos tenían que buscar la manera de sacarlo del calabozo.
Apenas Chachi llegó al cuartel general de la banda —ubicado en jirón Paruro—, en lugar de abogar por su amigo, declaró que con Walo iba a suceder lo mismo que con Jerry Lam Cam —su antiguo bajista—, quien se había ausentado repentinamente causando mucho daño al grupo, que debió cancelar todas sus presentaciones pactadas. Si Walo estaba en cana era porque lo habían agarrado con las manos en la masa, por lo que entonces nada se podría hacer para ayudarlo, lo único que quedaba era buscar a otro baterista. Con la desaprobación de Álex Nathanson, llamaron al Osito Barreda. Sin embargo a Walo no le sucedió lo que a Jerry Lam, ya que salió de la cárcel a los cuatro días gracias a una vara que se consiguió oportunamente. Cuando Walo llegó a la sala de ensayos lo vieron como un fantasma. Su situación en la banda había quedado en un estado completamente incierto. No sé si llegaron a realizar algún concierto de despedida en esta primera etapa. Ya estaban heridos de muerte y el desbande de Telegraph Avenue fue instantáneo.
Woody Allen dice que la vida no imita al arte, sino a la mala televisión, y en este caso es cierto. Solo a un pésimo guionista se le ocurriría un lío tan inverosímil como éste, pero el hecho es que en la realidad se dio, y gracias a una sucesión de felices coincidencias nació Tarkus y pudo plasmarse un instante de toda esta locura. Meses atrás Walo había visto en la Plaza San Martín a un desubicado hippie que parecía extranjero. Se le acercó y descubrió que era argentino, que se llamaba Guillermo Van Lacke, y que en su país había tocado en un grupo de rock llamado La banda del Oeste. Van Lacke lo acompañó a los conciertos de Telegraph e incluso entró con ellos a los estudios de MAG. Al conocer desde dentro la movida peruana, Guillermo se entusiasmó y propuso hacer juntos un proyecto. Como tenía que regresar en pocos días a su patria, prometió buscar un guitarrista y regresar inmediatamente. En Buenos Aires Van Lacke frecuentaba un sótano ubicado en la avenida Hipólito Yrigoyen. Era un recinto insonorizado que los músicos utilizaban como sala de ensayo, bulín y nave para viajes al espacio interior. Había conocido ahí a un chiquillo llamado Darío Gianella. Darío era hijo de un alto mando de la Marina de Guerra argentina, pero su personalidad era la de un místico que expresaba sus iluminaciones por medio de la guitarra. Poco antes se había separado de Final, su grupo de quinceañero, y estaba buscando un nuevo colectivo de músicos con el que plasmar sus ideas. Con su labia arrolladora Van Lacke convenció al joven prodigio para escaparse de casa e ir a Perú, tierra que describió como de groupies bellas y de oportunidades en la aventura rocanrolera. Empacaron algunas mudas de ropa, un poncho rojo que luego le prestarían a Alex Nathanson para los conciertos y varios discos de Black Sabbath, Deep Purple, Led Zeppelin, Pappo’s Blues y Almendra. Justo antes de salir le enviaron una carta a Walo diciéndole que arribarían pronto al Perú. Se demoraron diez días —haciendo un viaje en tren y luego tirando dedo durante distintos tramos— hasta llegar a Lima. En ese lapso compusieron la mayoría de canciones del disco y escribieron abundantes poesías surrealistas.
Luego de ser expulsado de Telegraph Avenue Walo regresó a casa. Su madre le entregó una carta que acababa de llegar ese mismo día. Era de Guillermo Van Lacke, quien le avisaba que estaba a punto de partir a Lima y que lo acompañaba Darío Gianella, un chiquillo de dieciséis años a quien describía, con esa innata capacidad para la hipérbole que poseen los argentinos, como un genio de la guitarra. Llegaron tres días después. Vestían sandalias de cuero, jeans importados y polos psicodélicos pegados al cuerpo. Se peinaban con raya al medio y llevaban chaquiras colgadas al cuello. Estos tipos realmente tienen imagen, pensó Walo. Tuvo que hacer un acuerdo con su padre. Gracias a la apertura mental que le daba su vocación de psiquiatra, don Abel Carrillo permitió la estancia de Van Lacke y Gianella en su departamento ubicado en la avenida Sucre 1125, en el distrito de Pueblo Libre. Es más, les consiguió una cama camarote y una litera. Con el paso del tiempo y con la amistad creciente decorarían el cuarto con cortinas árabes, colchones y velas de colores. Cuando abrieron sus vetustas maletas, los argentinos sacaron los dos primeros discos de Black Sabbath y de Led Zeppelin. ¿Tenés tocadiscos? –le preguntaron a Walo, que se quedó alucinado al escuchar el material, convencido de que ésa era la música del futuro. Hicieron un primer jam session esa misma noche con guitarras acústicas y un cajón. Tarkus había nacido de la manera más espontánea posible. Pese a la posterior adición de un vocalista, siempre manejaron la parte instrumental como un trío, a la manera de The Who, Cream, Cactus, Led Zeppelin o Black Sabbath. Desde aquel primer ensayo, Carrillo, Van Lacke y Gianella supieron que tenían química. Las letras eran de Gianella, pero éste no se divertía cantando y tocando al mismo tiempo. Poco a poco comenzaron a colarse en sus ensayos antiguos músicos de Telegraph Avenue como Álex Nathanson y Chachi Luján. Darío Gianella llamó a Alex Nathanson y le pidió que cantara operísticamente, algo que Álex no había hecho nunca, pero funcionó. Su incorporación fue inmediata. Siguiendo las recomendaciones de Gianella, Álex asumió un estilo vocal más exagerado y teatral que el que había usado anteriormente. El grupo estaba completo. El golpe de suerte definitivo se dio cuando el ingeniero Carlos Manuel Guerrero se enteró de la separación de Telegraph y llamó por teléfono a Walo. El baterista le anunció que tenía un proyecto bastante avanzado con Álex y dos argentinos, y que no era algo puramente musical, sino que incluían una puesta en escena. El empresario se ilusionó con un grupo sudamericano internacional y le dijo a Walo que él era el que más le había hecho ganar plata gracias al primer disco de Telegraph y que los apoyaría en cualquier proyecto que hiciera. Le dio un contrato de palabra, un lugar para ensayar y horas en el estudio sin jamás haber escuchado a la banda. Poco después Guerrero viajó a Estados Unidos. Regresaría sólo un par de meses después, cuando la suerte ya estaba echada.
Durante ese breve periodo los Tarkus vivieron la mágica y arriesgada rutina de la creación artística. Como tenían que componer y grabar casi al mismo tiempo se compraron un inmenso paco de marihuana para tener inspiración de reserva. Guillermo Van Lacke se levantaba de la cama camarote a las seis de la mañana e inmediatamente comenzaba con los ejercicios de digitación, memorizaba las canciones, les hacía arreglos, con las ganas superaba rápidamente sus limitaciones. A las ocho de la mañana Guillermo, Darío y Walo bajaban a tomar desayuno. Luego descendían al garaje del edificio, montaban en el Volkswagen y se dirigían a la Avenida 2 de Mayo, donde MAG tenía su fábrica de discos y su estudio. Entraban por un corredor lleno de cajas y plásticos. Los obreros se los quedaban mirando y ellos no se detenían hasta llegar al depósito del fondo. Ahí enchufaban sus instrumentos y se ponían a componer y ensayar hasta las dos o tres de la tarde. Si tenían suerte, les cedían el estudio, y acompañados por Carlos Guerrero Bueno —de We All Together— en los controles de la cabina, grababan las canciones que habían ensayado en la mañana. Algunas tardes no tenían tanta suerte. El encargado les decía: disculpen, hoy tienen hora Los Morochucos. O: mala suerte, muchachos, le toca a Lucho Macedo. Entonces se separaban y cada uno se iba por su lado a la deriva, en largos paseos por una ciudad que cambiaba cada vez más rápido. Walo y Van Lacke empezaron a parar juntos, salían en parejas con sus respectivas enamoradas. Nathanson se iba por su lado con la collera del barrio de Mariátegui, legendario grupo de patas en el que por su natural espíritu y espontaneidad sobresalían locos egregios como el Oso Torres, el esquinero Valladares, los hermanos Allison, la mancha de El Álamo, Pacho Mejía (poco antes de salir de Black Sugar) y otros profesionales del ritmo. Darío era muy callado y normalmente se encerraba en la habitación comunal, ponía sus discos, fumaba marihuana, o a veces tomaba ácidos y escribía algunas nuevas letras para canciones. Fue Walo quien le puso el nombre al grupo. Tarkus es un espíritu que se encuentra en lo más profundo de nuestra alma y que nos protege cuando nos hallamos perdidos en algún viaje. Pese al encierro de Darío, que prácticamente solo salía a comprar pan, la relación entre los cuatro iba cada vez mejor. Casi inmediatamente se presentó la oportunidad de debutar. La comisión de la promoción 1972 del colegio Roosevelt organizó una fiesta en el colegio para recaudar fondos. Ignorando la pelea de los Telegraph, llamaron al mánager, es decir a Carrillo, para pactar una presentación. Sin titubear, éste dijo que ahí estarían. Llevó a Tarkus sin decir nada, y frente a un público compuesto en un 80% por gringos, los dejaron con la boca abierta. ¡En el Perú un grupo a lo Black Sabbath que toca temas propios y en castellano! Entonces llegó el concierto en Chiclayo, y luego fueron a Chimbote y a Trujillo, donde se presentaron nuevamente bajo nombre falso, y también dejaron huella. Tuvieron que regresar al instante al estudio. Acabaron los ocho temas que conforman su primer LP y empezaron de frente con más canciones, de las cuales grabaron dos; tenían ensayadas unas cuantas más, pero ese par de registros se perdió para siempre cuando en la disquera optaron por grabar encima de esas cintas.
Las sesiones se realizaron entre el 3 de abril y el 16 de mayo de 1972. Los músicos tuvieron total libertad. Tanto así que el dueño de MAG solo escuchó su trabajo cuando regresó de viaje y ya se estaban prensando las primeras copias. Ocurrió una tarde, mientras Tarkus se encontraba en el estudio grabando las sesiones para el segundo álbum. A la mitad de una canción sintieron cierto desorden en la cabina de sonido. Dejaron de tocar y subieron a ver qué pasaba. Escucharon la voz estruendosa del ingeniero Carlos Manuel Guerrero: ¡qué mierda es esta bulla! El director de MAG tenía el rostro completamente rojo, presa de un colerón apocalíptico. Y cuando entró Walo llegaron los insultos: Oye tú, Carrillo, esto no suena como Telegraph Avenue, ¿no iban a ser un grupo latino?, esto no lo va a escuchar ni san puta. Yo no invierto en ustedes si hacen este tipo de música.
Sin embargo, estaban atados por un contrato, por lo que el disco pudo salir a la venta. La portada era completamente negra, como años después lo fueron el Back in Black de AC/DC o el disco homónimo de Metallica. Pese a las contrariedades con el ingeniero Guerrero, los muchachos siguieron en la brega. Podían hacer circular su disco de manera independiente, todo dependía de los conciertos. El boca a boca ya había creado cierta expectativa en la movida rockera limeña, aunque casi nadie los había escuchado. El debut oficial estuvo por eso organizado al milímetro. Sería en el cine El Pacífico, que era la sala más importante de la época.
Un día Walo recogió en la Vía Expresa a un hippie que tiraba dedo. Se pusieron a conversar mientras ponía un cartucho en el equipo de su auto. El desconocido respiraba paz por todos los poros de su cuerpo. Lo invitó a un departamento de San Isidro, donde estaba hospedado con sus amigos. Todos eran norteamericanos y tenían el refrigerador lleno de provisiones. Eran acólitos de la secta conocida como los Niños de Dios, que años después se haría célebre en las paginas policiales por acusaciones de presunta pedofilia. Al día siguiente el baterista les presentó a los demás miembros de Tarkus. Darío empezó a frecuentarlos pero persistió con su natural timidez frente a los demás músicos de la banda.
En setiembre, poco antes de la primera presentación oficial del grupo en el cine El Pacífico, los Tarkus fueron invitados al famoso festival rockero que se celebró en la Plaza de Acho. Antes de que los grupos comenzaran a tocar, Darío se acercó y anunció a los tres músicos que tenía algo muy serio que decirles. Había encontrado a Jesucristo y debía retirarse de la banda y de ese estilo de vida. Se iba con los Niños de Dios. No tocaría en el debut porque iba contra el camino que había elegido en la vida, que era el camino de Nuestro Señor. Ya no creía en esa música inspirada por la droga y no podía ir contra sus principios. La noticia les cayó a todos como un balde de agua fría, pero Darío permaneció inflexible. No había nada qué hacer. Estaban en un callejón sin salida.
Tarkus nunca debutó oficialmente. El LP fue un fracaso de ventas; en realidad comercialmente jamás existió. Y ese disco es quizás uno de los más valiosos testimonios que quedaron de aquel tiempo en los sesenta y setenta cuando la música incendió los barrios de Jesús María, Lince, Pueblo Libre y Magdalena y luego desapareció sin dejar memoria, como sucedió con el único disco de Tarkus, esa anómala opus magna que, como ha mostrado esta historia, es mucho más que un brillante intermedio entre los dos LPs de Telegraph Avenue. Tarkus dejó de existir pero la vida continuó su curso. Bastante asustado por la desaparición de Darío, su padre viajó a Perú a buscarlo. Se encontró con Guillermo Van Lacke, que lo guió hasta el departamento de San Isidro donde vivía el guitarrista en la comunidad de Los Niños de Dios. Como buen milico, lo sacó violentamente, argumentó ante las autoridades de migraciones que su hijo aún era menor de edad (acababa de cumplir diecisiete años), le puso una camisa de fuerza y lo embarcó en un avión de las fuerzas armadas. Al llegar a Buenos Aires el psiquiatra diagnosticó su caso como un delirio místico. Cuando cumplió dieciocho y pudo salir de la clínica, Darío regresó con los Niños de Dios. Se convirtió en uno de sus principales activistas y durante un ritual de la secta fue rebautizado con el nombre de Manases. Se volvió a encontrar con Álex Nathanson en 1975. Juntos realizaron algunas grabaciones con los Niños de Dios, entre ellas un LP. Se sabe que vivió durante años en Seattle y que actualmente se encuentra dedicado a la vida espiritual en Madrid. Su historia lleva inmediatamente a conjurar el espíritu de Syd Barrett o Roky Erickson.
En el 2007 Tarkus se volvió a reunir. Ante la desaparición de Darío Gianella, el puesto de guitarrista fue ocupado por Christian Van Lacke, hijo de Guillermo y guardián del espíritu original de la banda. Aparte de cantar, Alex Nathanson ocupó esta vez el puesto de bajista. En los ensayos para el regreso de Tarkus y con la exhumación de los baúles de los recuerdos salieron a la luz los temas que iban a ser parte del segundo disco, aquel que nunca se terminó por el colerón del ingeniero Guerrero. No tenían las grabaciones de la época, pero sí las canciones, y se pusieron a ensayar. Era una empresa extraña, comparable en el mundo del rock al proceso que sacó a la luz álbumes como A Saucerful of Secrets —donde Pink Floyd continuó sin Syd Barrett pero prolongando su sonido— o, el Smile —trabajo con el que décadas después Brian Wilson terminó el LP perdido de los Beach Boys—. Álex retornó a California para seguir haciendo música, pero Walo y Christian decidieron seguir con la empresa hasta hacerla tangible y sonora. Todo este material ha sido incluido en el disco debut de Tlön, grupo que continúa la línea de Tarkus y que actualmente está conformado por Walo Carrillo, Christian Van Lacke y Marcos Coifman.
Publicado en El Rock Suicidado

viernes, 7 de agosto de 2009

Domingo 9. Carlos Torres Rotondo en Radio Programas del Perú

Este domingo 9, el escritor Carlos Torres Rotondo conversará con León Trathemberg y José María Salcedo en el programa Ampliación del Domingo, de Radio Programas del Perú. Disertarán sobre la biblia del rock peruano, DEMOLER.

La cita es a las 9 de la mañana.

Renzo Sánchez sobre DEMOLER

¿Todo tiempo pasado fue mejor? quizás si analizamos el brillante origen del rock nacional, su evolución y el estancamiento creativo en el que se encuentra en los últimos años, podríamos decir que sí. No me cabe duda que el pasado del rock peruano es su mejor carta de presentación ante el mundo, que alguien me diga lo contrario.
En aquellos años, el Perú era otro, no había piratería, el gusto popular no estaba tan concentrado en los ritmos tropicales como ahora, el rock n roll se escuchaba y se practicaba en cada rincón del país, las matinales eran éxitos rotundos, la difusión y el marketing hacían funcionar a la perfección el mercado del disco, y sobre la creatividad.... ni hablar, el rock peruano estuvo siempre a la vanguardia marcando el paso en la región y su trascendencia solo era comparable con las cosas que se hacían en Estados Unidos, Europa o Brasil. Solo tomar conciencia del enorme impacto alrededor del planeta que producen en la actualidad las reediciones europeas, japonesas, estadounidenses y peruanas en formato CD o VINILO de aquellas viejas glorias que dieron inicio a la historia del rock nacional.
Desde la aparición de Los Millonarios del Jazz, Los Incas Modernos y Los Kreps, pasando por Los Saicos; hoy considerados precursores del punk, Los Texao de arequipa; primeros latinos en "chartear" en la revista Billboard, Los Belkings; primera banda de rock instrumental de Latinoamerica y única en el mundo que le pisaba los talones a The Shadows y The Ventures, hasta la fabulosa sicodelia de Los Holys, el ritmo enfermedad de Los Yorks y el sensacional hit "Meshkalina" que llevó a Traffic Sound a realizar la primera gira internacional de una banda sudamericana, han pasado ya cinco décadas de rock n roll hecho en el Perú y la historia de sus inicios debía ser reivindicada, escrita en un libro, hasta que al fin se prendió la luz.
La reciente aparición de "DEMOLER. Un Viaje Personal Por La Primera Escena Del Rock En El Perú 1957 - 1975" (Revuelta Editores, 2009) escrita por Carlos Torres Rotondo, resulta ser una de las sorpresas más gratas que se hayan publicado en los últimos años. Bien fundamentado, basado en entrevistas, archivos y recolección de datos proporcionados por los propios protagonistas de aquella época de fulgor, es sin duda un enorme aporte a la memoria colectiva nacional y uno de los principales referentes bibliográficos más importantes sobre la historia del rock bicolor que se conozca hasta la fecha.

jueves, 6 de agosto de 2009

Entrevista a Carlos Torres Rotondo sobre DEMOLER (en Proyecto Patrimonio)


“Para mí el rock no solo es un ritmo o un género musical. Es también una actitud y una serie de valores”
Desde el anuncio de la publicación de Demoler. Un viaje personal por la primera escena del rock en el Perú 1957 – 1975 (Revuelta Editores, 2009), la expectativa ha ido creciendo, prueba de ello son las entrevistas concedidas antes de su salida al mercado. No es para menos, Demoler es una invitación a recorrer los años maravillosos de la primera escena del rock peruano; escrito con el pulso del novelista y el escrutinio del historiador, este libro está llamado a ser un referente ineludible. Su autor, Carlos Torres Rotondo (Lima, 1973), está considerado como uno de los mejores narradores peruanos de hoy.

Fotografía de CTR: Richard Nossar
Portada: Arturo Higa
Tengo la impresión de que Demoler es un proyecto que venías gestando desde mucho antes de la escritura de tu novela Nuestros años salvajes.

En realidad Demoler lo comencé a escribir desde el día de mi nacimiento. Mi padre era uno de los mejores bajistas de la primera escena del rock en el Perú –según los testimonios recogidos– pero yo no sabía nada de su historia. Sin embargo, fui fabulando secretamente qué había pasado, hasta que en 1999 un pata me pasó dos cassettes de 90 minutos cada uno. Aluciné, básicamente por el magnífico nivel musical de los rockeros nacionales de aquellos tiempos. Estuve investigando de 1999 a 2001, encerrándome en hemerotecas y entrevistando a músicos. Ese último año viajé a España, donde leí todo lo que pude sobre la revuelta juvenil de los sesenta, ayudé en la producción de reediciones de grupos como Los Holy’s o New Juggler Sound; pero sobre todo, por medio del correo electrónico, el chat y el teléfono, culminé las entrevistas que faltaban. El primer borrador lo escribí el 2003 y lo dejé descansar un año. De ahí he corregido hasta el 2008, cuando vine a Perú a publicar el libro. Quiero decir también que este libro lo he escrito sin financiamiento de nadie, sin editor ni equipo de investigación, en la miseria económica (ni siquiera la modestia) y en la absoluta soledad que padecen los inmigrantes. Sin embargo, la etapa en la que escribí Demoler fue una de las partes más intensas y felices de mi vida, fue un tiempo donde di y recibí mucho amor, y espero que eso se note en el texto. En realidad yo no escribí Demoler, más bien el libro me escribió a mí, me ayudó a construirme como ser humano.

“El oso” Torres, tu padre, era considerado por los músicos de la época como el mejor bajista.


Eso me dijeron todos los músicos de los sesenta, no sé si por patería, aunque no lo creo; al mencionar mi filiación todos sus colegas me mostraron un cariño y un respeto impresionantes; y eso se debe sólo a mi viejo, no a mí. En todo caso yo lo he visto tocar distintos estilos (de jazz a krautrock) y es impresionante. Durante años yo creía que no había grabado nada, pero si juntamos todas las grabaciones que hizo con Gerardo, el 45 del Ayllu y varias caleturas más, existirían varias muestras de su talento en la época. Más avanzada su vida hizo lo que muchos músicos de su generación: abandonó el rock por el latin jazz. El problema es que el grupo principal de mi viejo, Dr. Wheat, no grabó, y eso se ha perdido para siempre. Dr. Wheat es una leyenda: sigo encontrándome con viejos rockeros que recuerdan los dedos gordos de mi padre, como un boxeador, pasando de traste en traste por su bajo. Y esos mismos rockeros siempre recuerdan a mi abuelo y la ayuda que le dio al rock nacional, ya que cedió el garaje de la casa y permitió que lo insonorizaran con tecnopor (ahí además los músicos guardaban sus caleturas). Dr. Wheat fue ante todo un grupo vocal; estaban Pacho Mejía, el Mono Chaparro… unos vozarrones; quien sabe, si hubieran grabado habrían sido considerados los Byrds peruanos.

Los Mad´s tampoco grabaron.

Hay grupos que grabaron poco, a veces con escaso material propio y sólo un 45; están los que jamás grabaron porque les llegaba al pincho pacharaquearse, como es caso de Los Mad´s; están los discos bacanes malogrados por la falta de profesionalismo de la casa discográfica; y por último están los grandes grupos que no grabaron nada, como fue el caso de DR. Wheat, Kabul, Catarsis y un largo etcétera. Felizmente nos quedan los discos realmente existentes y la excursión psíquica para alucinar esa movida.

En Youtube hay cosas de Los Mad´s. Fácil debe ser el mejor grupo en la historia del rock peruano. Hasta llegaron a talonear a los Rolling Stones.

El caso de Los Mad’s es paradigmático de nuestra escena: de casualidad Mick Jagger y Keith Richards los vieron tocar en el Galaxy. Les dieron todo: departamento en Londres, estudio de grabación (Stargroves, nada menos), les permitieron telonear a bandazas como Taste o Derek & The Dominoes y los invitaron a Wight. Y Wight no fue cualquier cosa. Hubo 600 000 personas y musicalmente fue, según lo que he escuchado, el mejor festival de la época. Pero Los Mad’s perdieron la oportunidad; cuento en el libro el porqué de este suceso; ahora sólo nos queda escucharlos en las canciones que han colgado en YouTube y que al menos demuestran que realmente eran uno de los mejores grupos de rock de la región. A mí lo que me jode es que se perdió el mejor escaparate posible para un grupo de la primera escena del rock en el Perú; que Los Mad´s no tocaran en Wight fue una tragedia mayor que la cancelación del concierto de Santana.

Es muy difícil asimilar que de la noche a la mañana se haya quebrado el rock peruano, calificado como el mejor de Latinoamérica.

La contracultura de los sesenta y setenta se agotó en 1973 a nivel global, no sólo en el Perú. ¿Qué sucede por ese entonces?: crisis del petróleo, Watergate, golpe de Pinochet para implantar Chile como laboratorio privilegiado por los economistas de la escuela de Chicago. Se distribuyeron ácidos pateados a niveles industriales: basta ver el concierto de Altamont. ¿Quiénes estaban detrás repartiéndolos? ¿Por qué se sembró de heroína los guetos contraculturales? Además, desde la segunda mitad de los setenta, Latinoamérica se convirtió en un desierto gobernado por gorilas entrenados en la tristemente célebre Escuela de Las Américas. Véase el caso de Perú, Chile, Uruguay, Argentina, por poner los ejemplos más conocidos. El poder, la sombra económica que gobierna desde detrás de la política, exterminó, anuló, aburguesó, quemó y mató a una generación hermosa que de todas maneras hubiera hecho un mundo mejor. El caso de la muerte del rock peruano es sólo un pequeño punto en un movimiento geopolítico global frente al cual no tengo calificativos.

¿Cuánta responsabilidad tuvieron los protagonistas en esta súbita desaparición?

Muchos vieron la música como un hobbie y al acabar la universidad se pusieron a trabajar. Otros decidieron seguir en la música, emigraron y trabajaron de mercenarios en hoteles o grabando música pacharaca e hiperproducida; otros se fueron al latin jazz; algunos quemaron por las drogas. Pero lo determinante fue no conocer el do it yourself (el “hazlo tú mismo” del que hablaba el punk); el comportarse, a veces, como ídolos o rock stars, con un ego que los hacía leer la realidad de manera distorsionada, también ocasionó la ruptura de varios colectivos musicales. No quiero señalar culpables -en este caso no soy ni tombo ni juez; sólo un humilde detective privado trabajando ad honorem-, pero la verdad es que la generación no estaba preparada para la respuesta del sistema, que fue brutal. A mi padre, por ejemplo, le quitaron lo que más amaba: su música y la posibilidad de expresarla frente a alguien que lo comprendiera. ¿Qué haces frente a eso?

En aquella escena se vivía una suerte de conexión musical, como si Lima fuera un punto de “encuentro”. Pienso en Tarkus, el primer grupo de Heavy Metal en castellano, cuyo fundador fue un guitarrista argentino.

Para mí la música no es una carrera de caballos. Las escenas rockeras de los sesenta-setenta que más me gustan de América Latina son: Brasil, Uruguay, Chile, Venezuela y, obviamente, Perú. En ese sentido no soy nacionalista y menos aún chauvinista. Sobre el caso de Tarkus, el líder era Darío Gianella (argentino) y hacían hard rock en castellano en 1972. Solo que se olvida que en los 70 Pax hacía hard rock en inglés. Hay que decir que en la época se hablaba de “música pesada”. La etiqueta Heavy Metal alude más bien a este tipo de rock pero ya en los ochenta. En todo caso, podríamos decir que Tarkus fue “proto heavy metal”, si prefieres. Tarkus es un caso rarísimo: power trio con cuatro personas, dos argentinos y dos peruanos, haciendo rock pesado con temas propios y letras psicodélicas en castellano. Es una combinación recontra extraña y original. Y su historia, con esa secta como Los Niños de Dios y todos esos viajes, tanto internos como externos. Me lo pudo haber contado Philip K. Dick, pero en realidad lo hizo Christian Van Lacke, el hijo del bajista original de Tarkus; es bien loco, porque ambos somos hijos de los sesenta y de alguna manera estamos jugando de nuevo, a nuestra manera, un rollo que fue originalmente de nuestros viejos.

Como tal, Demoler es un libro extraño. Considero que los recursos multidisciplinarios de los que haces uso, lo vuelven más “plástico”, ya que también puede leerse como novela, crónica, ensayo.

Hay dos aspectos: el metodológico y el género en el que el libro podría clasificarse. Comienzo con el primero. Yo he estudiado literatura, soy licenciado en Comunicaciones y he llevado cursos de postgrado en España como vano intento de tener una base filosófica directamente destinada al estudio de la cultura y las mentalidades que la sustentan. Necesitaba ese saber para poder escribir este libro. Sin embargo, el 90% de mi cultura es autodidacta: yo me eduqué en la biblioteca de mi abuelo, el psiquiatra Humberto Rotondo, que estaba interesado en temas tan diversos como psicología, literatura, antropología, historia, artes plásticas y muchos más. A la hora de hacer Demoler tuve primero que hacer entrevistas (complicadísimas, llenas de detalles, como las del Nuevo Periodismo), análisis cualitativos, comprender la historia de la música; y luego sacar las implicancias del caso, basándome principalmente en las ciencias sociales y humanidades.

Sobre el género…

Parto de dos premisas y llego a una conclusión. En primer lugar, creo que una de las tantas deudas que existen a nivel latinoamericano es la historia del espectáculo y las mentalidades y valores que lo sustentan. En segundo lugar, Gilles Deleuze dice que los mecanismos de normalización del poder tienden a trazar líneas verticales y horizontales, es decir, a encajonar; abstraer significa también separar y en cierta forma, mutilar. Mi interés por eso está dado en las excepciones y en las discontinuidades; mediante grietas, ventanas hacia el otro lado, puede observarse lo que normalmente las instituciones del poder nos impiden conocer. Pasemos al tema del género. Yo soy un narrador, no un poeta ni un teórico. Lo mío es contar historias, es lo que más me divierte. Sin embargo, no solo me interesan las ficciones clásicas de la literatura universal, sino la historia, el periodismo, el cine y la narrativa gráfica. Además, soy fan de géneros como el policial, el horror y la ciencia ficción; por no hablar de los relatos de aventuras y viajes, tanto internos como externos. Todo eso está presente en mi mente cuando construyo una historia. Espero que se note. Creo, ahora que le tengo cierta distancia, que Demoler es un texto de fusiones, un libro mestizo. Tiene un 90% de narrativa y un 10% de ensayo. Todos los hechos contados han sido confirmados con la mayor cantidad posible de fuentes. Y sin embargo, este libro contiene un cierto grado de ficción: cuanto lo que me cuentan y que confirmo en mis habituales labores de investigador privado. Por un instante olvidemos que este libro ha sido escrito por un peruano radicado en España que se ha dedicado a reconstruir una serie de sucesos que acaecieron antes de su nacimiento. El género al que pertenece Demoler está claramente enraizado en una tradición anglosajona que se remonta, hasta donde recuerdo, a la biografía del doctor Johnson que escribió James Boswell en 1791. A Sangre Fría, Miedo y asco en Las Vegas, Por favor mátame, El corto verano de la anarquía, Conversaciones con Bakunin y un largo etcétera poseen bastante relación con el rollo que me planteé para escribir el libro; nuevamente, espero que eso se note.

¿Crees que el rock peruano pudo ser mejor se mantenía en el imaginario lo hecho por esta gente? Tengamos en cuenta que la escena actual atraviesa un muy buen momento, al punto que Los Protones, por ejemplo, son tributarios de Los Belking´s.

Prefiero no responder preguntas al estilo “qué hubiera pasado si…” Pero hay algo que sí me parece claro, y es que la influencia de la primera escena del rock en el Perú es algo que se ha dado recién ahora, en parte debido a la exhumación de material sesentero y setentero. Hay grupos brillantes: Los Protones, Don Juan Matus, El Cuy, Tlon, La Ira de Dios, Chamanes y un largo etcétera. Son una escena pequeña y todo el mundo se conoce, solo que también los conoce gente seleccionada alrededor del mundo. Además están surgiendo fusiones interesantes: Los Chapillacs, o los inclasificables Shaolines del Amor. El problema es lo escaso del público nacional (La Ira la rompe en Alemania y Matus en Grecia; pero aquí nadie los manya), pero el nivel musical que tuvo el rock hecho en el Perú en los sesenta ha regresado y ese momento es ahora. Tenemos un underground de lujo, falta una infraestructura y una cultura de conciertos mayor, pero creo que se ha avanzado bastante a nivel profesional. El sonido de los conciertos en los ochenta era malísimo, por ponerte un caso.

¿La escena rockera peruana, como tema, seguirá presente en tus futuros libros?

Voy a escribir una nouvelle de ficción inspirada en la historia de mi padre en Dr. Wheat. El rock está ahí como telón de fondo; lo que quiero hacer en ese libro es básicamente preguntarme por las relaciones humanas. Por cierto, no pienso hacer una segunda parte de Demoler, esa decisión ya ha sido tomada. Además, tengo bastantes proyectos en el congelador: hay una novela sobre la inmigración en España, una novela sobre mi familia paterna; ambos borradores debo reescribirlos… Tengo también una nouvelle de horror sobre la destrucción de idolatrías como mito fundacional peruano. Es una especie de Witchfinder General, la película de Michael Reeves, de 1968, donde entro de lleno en el horror como forma de entender el contrato social nacional… Pero lo más probable es que primero publique Parásitos. Es un ajuste de cuentas con los noventa, muy en la nota Russ Meyer, escrita en colaboración con José Carlos Irigoyen, mi socio en muchas de estas empresas literarias.

Aunque parezca redundante, la pregunta es inevitable: ¿qué es el rock para ti?

Para mí el rock no solo es un ritmo o un género musical. Es también una actitud y una serie de valores; lo que los griegos llamaban una paideia, es decir, una educación moral. Demoler lo escribí como un acto de amor, por eso tuve la paciencia de aguantar toda esta intensidad durante más de una década y no sacármela de encima antes sin haber confrontado datos. Este libro es por eso la respuesta a lo que la música me ha dado.
Entrevista publicada en Proyecto Patrimonio (Letras.s5.com)

sábado, 1 de agosto de 2009

DEMOLER, librazo de Carlos Torres Rotondo


Felicitaciones, Carlos.

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