El cielo azul del Mediterráneo enfrentado al cielo sin cielo de Lima. Ese nítido contraste –casi tragicómico– es el que parece haber llevado al narrador Marco García Falcón (Lima, 1970) a escribir esta novela corta. En 2002, el libro de relatos París personal demostró con amplios alcances que, después de muchas lunas, surgía una voz preocupada tanto por el cuidado de la escritura como por la eficaz construcción de una historia. Revelaba una entrega total al oficio, fuera de los engañosos proscenios mediáticos que sólo garantizan los quince minutos de gloria pregonados por Warhol.
Después de cinco años, El cielo de Capri corrobora que no se trataba de un espejismo u otro tipo de anomalía ilusoria. Si en París personal emergía con pulso firme una ciudad entera, fruto de la imaginación –aunque nunca desconectada del referente auténtico–, en El cielo de Capri esas destrezas para transformar las coordenadas reales en espacios de ficción pura incrementan su contundencia.
La extraña aventura del profesor de Literatura, inmerso en los laberintos de la evocación y de la melancolía, es la peripecia de una memoria que, con el paso del tiempo, librará una batalla contra esos sucesos dispares en la vida de los humanos y que, en principio, no mantienen conexiones evidentes. En algún punto, no se sabe por qué razones, tales hechos adquieren un sentido nuevo e insólito.
La novela nos desplaza a tres épocas distintas en la vida de los personajes principales. En la primera, el profesor y Sofía, su contestataria alumna, entablan una fogosa relación, bastante adelantada para aquellos tiempos (inicios de la década de 1960). A pesar de todas las dificultades, los amantes se las ingenian para estar juntos, con padre militar y prejuicios insoportablemente limeños de por medio. En un segundo plano temporal, décadas más tarde, se desarrolla el viaje de los ahora esposos a Capri, la histórica isla, residencia de lúbricos emperadores romanos y centro vacacional durante las eras modernas. Celebran su aniversario de bodas. La minuciosidad de los detalles geográficos y de “color local” no son, felizmente, elementos distractores; por el contrario, ellos, como telón de fondo, acentúan la verosimilitud de un matrimonio que ya pasó por las acrobacias eróticas de su juventud.
Y en un tercer dominio, se describe un trayecto en que se entremezclan, vía los recuerdos, el derrotero de la pareja, y el efectuado en solitario por un ya anciano catedrático, diez años después. En todos los casos, el motivo guía es la presencia del firmamento luminoso de Capri, y el gris sucio de Lima, urbe condenada a ser víctima eterna de la humedad y de la medianía.
Sin embargo, lo que más sorprende del libro es su implícita forma de enigma. Intuimos que algo ha ocurrido en el interregno, pero la muy sutil dosificación narrativa de García Falcón desvía la atención hacia otros sucesos, sin alejarnos del eje. Y solo en las escenas finales conocemos la verdad, dura como golpe de martillo.
A través de este cielo de Capri –y este cielo sin cielo de Lima–, MGF deja muy bien saldada la deuda con sus lectores. Consolida su ruta creadora; de este modo, el panorama se presenta muy promisorio para él y la nueva literatura peruana, que existe, pese a las múltiples dificultades que asumen los escritores en un sistema cultural tan precario, mezquino y sin reglas coherentes, como es el nuestro. Pero eso solo realza los logros de quienes, sin mayores aspavientos, modifican los horizontes.
Publicado en Correo
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