martes, 27 de enero de 2009

Entrevista a Ulises Gutiérrez en Proyecto Patrimonio (Chile) sobre THE CURE EN HUANCAYO

“Creo que uno escribe acerca de las cosas que le han pasado, pero, sobre todo, de las cosas que ojalá le hubieran pasado”

Ulises Gutiérrez (Huancavelica, 1969) es autor de The Cure en Huancayo (Revuelta Editores, 2008), libro de cuentos que nos muestra una galería de personajes solitarios que no dejan de vivir: aman por sobre todas las cosas. En la narrativa de Gutiérrez sí es patente encontrar una voz afianzada en la sensibilidad, canalizada en una fuerza que se alimenta de los recuerdos que nos transportan a escenarios andinos y cosmopolitas, en permanente deslumbramiento que yace en la reconciliación. Sobre este interesante libro, conversé con el autor.

Gabriel Ruiz Ortega

Lo primero que se nota del libro es la reconciliación entre los referentes andinos y cosmopolitas. En la tradición peruana pocas veces notamos esto, ya que casi siempre suele representarse a través del encuentro traumático.

Yo he tenido la suerte de vivir un mestizaje feliz. Nací y viví mi niñez en Colcabamba, un pueblo de la provincia de Tayacaja en la región Huancavelica; la adolescencia en Huancayo y la adultez en Lima: mi vida ha sido, topográfica y socialmente, un lento proceso de aclimatación. Dentro de ese mestizaje, las historias de las que fui testigo, la tradición oral que recibí, las cosas que me ocurrieron, están marcadas por recuerdos abrigados, ingentes, felices. Por supuesto que también hubieron experiencias horrorosas, aterradoras; la vida a la que me refiero transcurrió en los ochentas y noventas, años tremendamente violentos en nuestro país; pero prefiero quedarme con los buenos recuerdos, prefiero decir que mi vida, hasta ahora, ha sido un viaje sosegado, de ida y vuelta, entre la sierra y la costa, entre el campo y la ciudad, entre el quechua y el español, entre el huayno y el rock.

Por eso es imperante el punto de vista subjetivo.

Es que después de crecer en Colcabamba, oyendo historias tan alucinantes, como aquella que contaba mi abuelo acerca de cómo él, en las frías y solitarias punas de Wando, logró resistir la ola de tentaciones materiales que le propuso el mismísimo diablo a cambio de su alma; y todo gracias a su caballo Elefante que era el único animal marrón con pelos blancos en la frente, en forma de cruz, lo suficientemente visibles en la noche como para espantar cualquier demonio; creo que hasta al diablo no le quedó otro camino que convencerse que todo en esta vida es subjetivo.

En la solapa de la novela leemos que eres ingeniero de profesión. Siempre he pensado que los escritores que tienen una profesión ajena a la literaria, en tu caso una que se alimenta de los números, tienen una ventaja en cuanto al manejo de la estructura.

Hay una gran semejanza en resolver ecuaciones matemáticas y narrar historias. En las lecciones de narrativa, descubrí que la lógica que existe en la solución de problemas como aquellos que nos daban los profesores de matemáticas en el colegio o la academia: «reemplazando la ecuación 1 en la ecuación 2; o, despejando X de la ecuación 3, obtenemos que X=1/2», etc, es la misma que se utiliza para ir hilvanando el dato oculto, el diálogo, el punto de quiebre necesario para hacer que la historia que se está narrando, «si es real, parezca inventada, y si es inventada, parezca real». Supongo que entender los principios de la química, física, matemáticas; no sólo en la narrativa, sino en la vida misma, permite tener una visión más lógica y tolerante de lo que nos rodea; supongo que es como entender un idioma más.

Los cuentos están ambientados en distintas ciudades del mundo, en ellos tus protagonistas son presas del deslumbramiento, pero no por el lugar en el que están, sino a causa de los recuerdos. El cuento “La penumbra alumbra”, por ejemplo, se mueve en parte en Punta del Este.

Creo que cuando uno viaja y descubre cosas nuevas, inevitablemente, compara; y comparar te lleva a recordar; y si el recordar conjuga con el descubrir, entonces viene el deslumbramiento. En «La Penumbra Alumbra», por ejemplo, Malena viaja a Punta del Este con la idea de olvidar al hombre de su vida, al hombre que acaba de casarse con otra mujer; pero en ese lugar los recuerdos no sólo no la dejan, sino que se complican; y descubre que no importaba a dónde pudiera haber viajado, esos recuerdos la iban a perseguir igual. Sin embargo, el viaje le sirve para encontrar; en el hecho de ver, por primera vez en su vida, cómo el sol se pone en el mar y horas después, ese sol sale de ese mismo mar; la refundación personal que tanto buscaba y que, de haber permanecido en Lima, seguramente no lo hubiera encontrado. Además, como dice Philip Roth, «estar vivo es estar lleno de recuerdos».

Hace unas semanas te comenté que la experiencia de vida es la misma para todos, y esta se hace literaria de acuerdo a como se sepa administrar esa experiencia en un texto literario.

En los trece cuentos que conforman el libro hay mucho de mí, por supuesto, pero sobre todo de mis amigos, mi familia y mis paisanos; muchos de los personajes, eventos, situaciones, son el resultado de recuerdos que he modificado y sazonado con la barita mágica de la ficcion para ensalsar a mis amigos y burlarme de mis enemigos. Creo que uno escribe acerca de las cosas que le han pasado, pero, sobre todo, de las cosas que ojalá le hubieran pasado.

El cuento que da título al libro nos pone en primer plano a un protagonista solitario y sumamente enamorado, y por lo que se cuenta, este se desplaza en medio de un escenario condimentado por la guerra interna.

El hombre se acostumbra a todo, incluso a la violencia. Recuerdo, por ejemplo, que en 1990, voté en las primeras elecciones generales de mi vida. Me tocó hacerlo en un colegio en El Tambo, en las afueras de Huancayo. Yo estaba haciendo la cola para entrar al colegio, junto con otros cientos de personas, cuando de pronto una mujer se apareció delante de todos, con la cara cubierta y un petardo de dinamita en la mano. Lanzó arengas senderistas, amenazó de muerte a los que votaban y huyó del lugar después de hacer estallar el petardo en el aire. Todo en cuestión de segundos. La gente entró en pánico, por supuesto, y se dispersó, pero apenas la mujer se perdió y el polvo que dejó la explosión terminó de asentarse, uno a uno, persona tras persona, la cola volvió a formarse. “The Cure en Huancayo” es una historia de esas. Tres adolescentes que aman la música de The Cure, que se visten como The Cure, se van, en pleno paro armado decretado por Sendero, a una fiesta nocturna por amor a unas colegialas. En el camino de regreso a sus casas los atrapa una patrulla del Ejército y los leva. El narrador se cuestiona lo absurdo del riesgo que ha corrido junto con sus amigos por causa de una fiesta aburrida, clandestina y fallida; pero esa aventura le sirve para descubrir; en la imagen de un árbol de caucho, tullido, raquítico y trémulo, que crece en su calle, lejos de la selva, su habitad natural; que ellos son como aquel árbol, que están viviendo la vida que les ha tocado vivir, y que la vida es, finalmente, eso: un riesgo que debemos correr.

Lo mismo pasa en “Pintas en Civiles”. Un personaje, también solitario, que recuerda a una chica de la que estuvo muy enamorado cuando estudiaba en una universidad agitada por grupos terroristas.

Yo viví en la residencia universitaria de la UNI, entre el 88 y el 93, justo en la época más dura de la guerra interna. A los residentes —que vivíamos dentro de la universidad—, nos llamaban los «gusanos» y teníamos la fama de ser pésimos estudiantes, ociosos y terrucos; gente que en las mañanas engordaba en el comedor, en las tardes dormitaba en las clases y en las noches pintaba las paredes de la universidad con lemas de Sendero o el MRTA. Nada más alejado de la realidad. La residencia no era el paraiso, pero era el mejor resumen del Perú emergente. Estaba lleno de provincianos sin más vicio que estudiar y sobrevivir en una Lima cara, paranóica y violenta; personas que hoy son profesionales exitosos, pero que, en aquella época, eran, para algunas mujeres, poco menos que unos parias. Ser «gusano», misio y enamorado, era, pues, un drama riquísimo que contar. Por eso yo tenía que escribir una historia que redimiera a los «gusanos», que hiciera de su mala fama el arma de su triunfo en el amor, aunque ese triunfo resultara siendo vano, efímero y tardío. Fue así como salió «Pintas en Civiles».

Percibo la influencia de Haruki Murakami en tu libro. Influencia en el sentido de la repartición de la sensibilidad en tus personajes.

Es curioso, ahora que lo mencionas, recuerdo que cuando terminé de leer «Tokio Blues», me dije: este pendejo de Murakami me ha robado la novela que pensaba escribir acerca de la residencia de la UNI. A pesar de que la historia de Toru Watanabe es totalmente diferente a la de algún «gusano» que yo haya conocido, y que Tokio no se parece en nada a Lima, sentí que Murakami me había robado el relato sentimental de los personajes, la historia de las pérdidas que implica esforzarse, madurar, crecer en una gran ciudad. Me gusta el estilo de Murakami. Tiene un talento supremo para describir personajes aparentemente vanos, fútiles; y que de pronto, resultan teniendo una fortaleza de acero, a pesar de estar rodeado de personajes que ejercen una maldad que parece venir de otro mundo, hasta que termina demostrándonos que ese mal es completamente humano. Me gusta, además, la introducción de elementos fantásticos en sus historias, porque lo hace en un contexto realista, urbano y contemporáneo; no como meros decorados costumbristas, sino como elementos esenciales para la historia. Lo mismo sucede con la textura de su prosa; para mí el mejor escritor es el que escribe con contundencia, claridad y fluidez.

Saliéndonos un toque del tema, ¿con qué narrador peruano contemporáneo te sientes identificado?

Iba a responder, en broma por supuesto, lo que Borges cuando le hicieron una pregunta similar: «yo sólo soy contemporáneo de los griegos». Vargas Llosa, Alonso Cueto, Ivan Thays, Edgardo Rivera Martinez, son mis mejores griegos peruanos.

Cuéntame de tu próximo proyecto literario.

Estoy trabajando en una novela. Aun no tiene título. Ocurre entre Colcabamba, Huancayo, Lima y Kioto. Es la historia de un migrante peruano que vive en el Japón y que un fin de semana se encuentra en Kioto con su mejor amigo de adolescencia. En los días que pasa conociendo esa ciudad, en medio de una serie de recuerdos y descubrimientos, termina encontrando la redención de los traumas provocados por la muerte de su hermano en Colcabamba y la extinción del resto de su familia en Huancayo.

Sobre The Cure en Huancayo, Alonso Cueto dijo: “Los relatos de Ulises Gutiérrez, ambientados en la sierra central, están escritos con una mano que no rehúye contar su historia pero que lo hace con enorme cuidado por la creación de atmósferas y escenarios. En el cuento que da título al libro, Gutiérrez describe las peripecias de un grupo de jóvenes recogidos por los soldados en los tiempos de la guerra senderista. En su imagen final, los muchachos ven un árbol de caucho, lejos de la selva, su hogar natural. La descripción del árbol de ramas delgadas como brazos, trémulo, desterrado, parece ser el final adecuado para la historia de una distorsión, la de la “vida que les ha tocado vivir”, a los personajes. Todos los relatos de Gutiérrez logran transmitir una intimidad ejemplar con sus escenarios.” (Perú 21. Lunes 1 de setiembre del 2008)

lunes, 19 de enero de 2009

Entrevista en Siglo XXI a Francisco Ángeles sobre LA LÍNEA EN MEDIO DEL CIELO

“Me cuesta ver el pasado, por ejemplo, como una categoría cerrada y conclusa. El tiempo sigue siendo algo misterioso, y ese artificio de ordenar los hechos en secuencia no me lo permito.”


Francisco Ángeles (Lima, 1977) es hoy por hoy una de los primeros referentes de la camada de nuevos escritores peruanos. Es conocido también por ser el director de Porta 9 (www.porta9.com), uno de los portales literarios más visitados de Latinoamérica. Su buena novela, LA LÍNEA EN MEDIO DEL CIELO (Revuelta Editores, 2008), viendo siendo muy reseñada, comentada y publicitada. Este libro nos brinda lo que pocas veces vemos: la lectura y relectura que nos regresa a sus páginas para ser parte de la paranoia onírica de sus protagonistas sumergidos en el más absoluto de los desconciertos y desarraigos.

Gabriel Ruiz Ortega / Siglo XXI

Por lo general, cuando un narrador debuta, lo hace, casi siempre, con un libro “lineal”.

Hubiera sido contradictorio escribir este libro de manera lineal, puesto que hubiera tenido que renunciar a lo que a grandes rasgos es el tema principal de la novela: la imposibilidad de encontrarle un sentido, cierto orden, cierta coherencia, a la experiencia. Lo lineal explica, demuestra, pone en evidencia relaciones de causalidad, tal cosa viene de tal otra, primero está esto y después lo otro, etc. Yo no veo la realidad de esa manera secuencial, y por eso mi novela tampoco. Me cuesta ver el pasado, por ejemplo, como una categoría cerrada y conclusa. El tiempo sigue siendo algo misterioso, y ese artificio de ordenar los hechos en secuencia no me lo permito. Todo es en cierto sentido simultáneo y resulta imposible delimitar temporalmente cualquier suceso si uno no quiere traicionarlo por algún lado. Todo el tiempo ocurren eventos de los que por el momento no somos conscientes, pero que quizá más adelante van a encontrarse con nosotros, de la misma manera que no se puede ubicar el origen exacto de lo que está ocurriendo ahora. Entonces, al empezar la escritura de un texto, podríamos preguntarnos cómo ordenar esos eventos, pero también podríamos preguntarnos para qué ordenarlos. Y la respuesta, al menos la mía, ha sido ser fiel a esa aparente ilógica: no inventar un ángulo desde el cual los hechos sean legibles y unívocos, y narrar desde allí, ya que ese ángulo y esa legibilidad serán finalmente ilusorios, sino encontrar una estructura que represente lo mejor posible la misma dificultad de ordenar los datos, la misma dificultad de entender qué ha sucedido y cómo es que uno ha llegado a la situación a la que ha llegado. Y también para despertar en el lector con la mayor eficacia que pueda esa sensación de desconcierto o asombro que produce cualquier relato si lo vemos como una suma de causas y consecuencias imposibles de determinar.

Me imagino que en el proceso de escritura, el gran desafío fue el que todos los detalles calzaran, se nutrieran entre sí. Al punto que el lector también está llamado a realizar su propia estructura.


Voy a responder con un ejemplo: no es tan simple como que quiero decir A, pero digo B porque en el fondo B significa A y porque diciendo B quedo como más capaz o más inteligente. Eso sería absolutamente gratuito, fatuo e inútil. El texto es tal cual es no porque quiera encubrir lo que en el fondo quiero decir para parecer mejor escritor del que realmente soy, sino porque permite llegar a una buena cantidad de interpretaciones que, en última instancia, demuestran el presupuesto de la novela: no hay una lectura única de una determinada historia. Más o menos como en la realidad: hay tantas versiones como testigos. En cuanto a la estructura, es el elemento textual que más me interesa como generador de significado, de producirlo y de sugerirlo. En este caso, el orden de los factores sí altera el producto. Y no solo lo altera sino que puede enriquecerlo hasta lugares insospechados. Y elegí la paranoia como tema porque me parece que es la consecuencia natural de ser incapaz de leer los hechos de manera única, tal cual sucede en la realidad, sobre todo en una época de virtualidad, publicidad, marketing: si alguien es quien dice ser, la diferencia entre lo que es y lo que parece, etc. Llegué a esa estructura como consecuencia, no por una distorsión o por malabar técnico o por onanismo formal. De ahí la dificultad de resumir la novela y que el libro tenga una historia que es varias historias. De eso se trata: todo es una misma historia, desde un pequeño y retorcido romance hasta un contexto político de dictadura. Solo hay que descubrir por dónde.

En comentarios y reseñas que he leído sobre LA LÍNEA EN MEDIO EN MEDIO DEL CIELO, se sugiere que el escenario en el que esta se desarrolla le debe mucho al ambiente que se vivió en la dictadura de Fujimori.

El punto de partida para la novela fue mi experiencia como estudiante en San Marcos en la etapa final de Fujimori, así que es hasta cierto punto normal que alguien haga referencia a ella si escribe un comentario sobre este libro. Pero es sólo un punto de partida, ya que la novela no presenta un retrato ni de la época ni de las circunstancias concretas que se vivieron en ese primer semestre del año 2000. Partí de esa experiencia y la reelaboré hasta que no sólo no queda casi nada de ella, sino que tampoco pretendo que le haga eco o que se lea bajo ese contexto, como si la novela fuese una parábola o una metáfora de la misma. Lo de Fujimori fue un punto de partida para mí, pero no creo que tenga mucha importancia para el texto.

A medida que corremos las páginas, nos enteramos que estamos ante un cuaderno que nos ofrece las vetas en las que se desarrolla la historia. Entonces, el crimen que se nos cuenta en la primera página es solo un eslabón perdido, porque se pudo empezar con otra escena (por ejemplo: el coleccionista de fotografías), lo que me lleva a afirmar que estamos ante una novela canalizada por los instintos del narrador de la historia.

Inicialmente, podría estar de acuerdo en que la novela pudo empezar con otro episodio. Tomo lo que dices como un elogio, ya que ésa era la sensación que quería transmitir: la historia, la de estos personajes o la de cualquier persona, no empieza y no termina. Ni siquiera podemos decir que empieza con el nacimiento o termina con la muerte, porque uno viene determinado por un contexto y a su muerte deja consecuencias, a veces decisivas, en otras personas, por decir algo más o menos obvio. En ese sentido, para contar una historia X podríamos partir aleatoriamente por cualquier lado. Cuando el inicio de la novela dice “La primera línea podría ser el hotel” se está planteando este problema: ¿cómo darle un inicio a algo que, por definición, no lo tiene? Sin embargo, ya para la novela en cuanto texto literario, estoy seguro de que no podía empezar en otra parte. No hubiera tenido el mismo efecto, no se hubieran despertado las mismas resonancias ni se hubieran encendido nuevas luces sobre lo narrado anteriormente si estructuraba el relato de otra manera. Es cierto que hay una historia inasible, como todas las historias, y que he querido que no deje de ser inasible en la escritura, pero también es cierto que la disposición de los fragmentos ha respondido al intento de potenciar las posibilidades de dicha historia y fortalecer el presupuesto inicial.
Ubico la novela en la tradición del absurdo, en contenido; pero esta le debe mucho al cine en cuanto a soporte. Este cruce dota a la narración de una rara belleza, a lo INLAND EMPIRE de David Lynch.

Discrepo en lo de la tradición del absurdo, a pesar de que entiendo perfectamente que podría ser un elogio. Pero sí estoy de acuerdo en que la novela le debe mucho al cine. Todos los que escribimos vemos películas y todos quienes leemos también. Entonces no le veo mucho sentido mantenerlo en un estanco distinto, y tampoco pensar que si uno hace referencia o se ve influenciado por el cine queda vinculado a una estética pop, por ejemplo. Sobre INLAND EMPIRE, no la he visto, he esperado y sigo esperando que la estrenen en cartelera, a pesar de que me pica la mano para ponerla en la versión pirata que tengo guardada. Pero hay otra de Lynch que para mí es fundamental para la novela, MULLHOLLAND DRIVE, una obra maestra absoluta y una demostración de lo que creo debe ser el cine, o lo que me gustaría que fuese más a menudo. Pensé que la mayoría que leyera mi novela la iba a ver como una de las influencias, pero me sorprendió que nadie la mencione. Igual ha pasado con otros referentes no estrictamente literarios que considero muy importantes para la novela, sobre todo para el marco en el que se inscribe: Jacques Lacan en primer lugar, pero también el Breton teórico, del que incluso tomo el epígrafe.

En cuanto al lenguaje, me parece acertado que este haya sido funcional, empero, ¿crees que la novela hubiera perdido brío y contundencia si empleabas un lenguaje “trabajado”, “edulcorado”?

Hay un par de cosas allí: por un lado, creo que no ésta sino cualquier novela pierde fuerza cuando se trabaja con un lenguaje edulcorado, que usualmente es una máscara para tapar el vacío o maquillar los estereotipos. Y lo otro es que el lenguaje trabajado se identifica con la frase bonita, la imagen, el ritmo, etcétera, lo que es un error. Hay muchas maneras de escribir bien, sólo que una está más o menos estandarizada y se acepta como paradigma. Por otro lado, quizá la gente quiere demostrar que escribe “bien” antes que hacer buenos libros. O, con más seguridad, son incapaces de escribir esos buenos libros o al menos de intentarlo. Y entonces deciden al menos escribir bonito. Y en realidad estamos valorando si uno escribe o no dentro de la norma con cierta eficacia, más allá de lo que tenga que proponer, que usualmente no es mucho. Así que el lenguaje de esta novela, que dicho sea de paso he trabajado mucho, no es una apuesta ad hoc para este libro, sino que es mi apuesta como lector, y en consecuencia, como escritor.

Una de las lecturas que se le viene dando a la novela es que el ambiente recreado se alimenta de la dictadura fujimorista. Supongamos que sea así. Entonces lo que puedo ver es también una crítica muy solapada al ánimo posero de algunos grupos de estudiantes que protestaban contra esta dictadura, de que esta fue un pretexto para ciertos desfogues. Por ejemplo: el grupo de conspiradores que no son tales, sino que pareciera que fueran jóvenes muy aburridos con la rutina.

Sí, eso es verdad, hay una crítica a la pose de gente que iba a la marcha a hacer hora o para sentirse muy comprometida o con conciencia social o lo que sea. En una época vi que ir a las marchas era estar “in”. Pero visto por separado, eso es un detalle, una nota casi al margen de la novela, no creo que sea un aspecto esencial. Lo importante sería, creo, ver cómo funcionan esos supuestos conspiradores o activistas o simples poseros dentro del universo del libro, cuál es su papel, para qué me sirve que sean así.

De todas las interpretaciones que se le ha dado a la novela, ¿cuál es la tuya?

Sería medio tramposo dar mi propia lectura. El texto está ahí y la mía es tan poco importante para ella que espero olvidarla pronto. Por otro lado, no pretendo que la novela sea un acertijo, sino una fuente de significado que cada quien puede interpretar como mejor le parezca. Y sobre las interpretaciones que le han dado, me gusta que existan, y las leo o escucho con placer. Eso sí, no me gusta que se diga que algo es de tal forma, y decirlo como una verdad absoluta, cuando en realidad se está haciendo una interpretación muy personal. Por ejemplo, Javier Ágreda dijo que es evidente que al final de la novela el personaje del viejo está en un manicomio, cosa que jamás en la vida se me había ocurrido y que espero sinceramente que nadie más haya supuesto. Al menos creo no haber dejado ninguna pista que permita pensar algo así.

¿Lo siguiente que leamos de ti seguirá esta ruta ya recorrida?

Habrá elementos que se repiten: la paranoia, la imposibilidad de comprender la realidad, la estructura como elemento esencial del texto. Pero con esos elementos me gustaría llegar a algo bastante distinto. No quiero escribir la misma novela mil veces, pero sí ser fiel a mi propia idea de literatura. Puedo escribir tres o siete o veinte libros en mi vida, y además de una anécdota, de una mirada sobre la realidad, etc. Tengo claro que todos deben ser un ejemplo del modelo de lo que yo creo que es la literatura, una manera de defender, lo mejor que pueda, ese modelo. Ahora estoy empezando a escribir una nueva novela cuyo pretexto, digamos, es un universo que conozco bastante de cerca y bastante bien: las carreras de caballos. En las carreras de caballos está contenida la vida completa. Primero lo obvio: alegrías, triunfos, fracasos, enfermedad, muerte. Pero también lo menos evidente: el componente del azar, que ahí es más visible e incluso decisivo; la necesidad de decidir cada vez que te acercas a la ventanilla a comprar unos boletos, y de acertar o equivocarte y enterarte pocos minutos después; las múltiples posibilidades de procesar o interpretar la información que te ofrece un programa de carreras. Y también sus oscuridades, sus zonas ilegibles, que finalmente son las que más me interesa: qué es nuestra responsabilidad y qué no, qué fuerzas tenemos bajo nuestro control y qué escapa. Los caballos permiten reflexionar sobre todos los aspectos de la vida, si es que uno sabe mirarlos. Pero eso es sólo el punto de partida para desarrollar una historia que probablemente no tenga nada que ver con los caballos y mucho con la política. En eso estamos.
Publicado en Siglo XXI

miércoles, 7 de enero de 2009

Roger Santiváñez sobre TEOREMA DEL NAVEGANTE


[Roger Santiváñez, 3 de enero de 2009, under the first winter’s snow]
Conocí a Luis Eduardo García en una visita que hice a Trujillo –invitado por Santiago Aguilar a un Encuentro de los poetas jóvenes con César Vallejo- a realizarse en Santiago de Chuco en abril de 1989.En aquella oportunidad departí con García, a quien ya había leído debido a la presea que había obtenido en el IV Concurso El poeta joven del Perú en 1985 con su libro Dialogando el extravío. Conseguir este premio –en esa época- significaba ser reconocido por una hermosa tradición, toda vez que entre los galardonados de dicho certamen estaban Javier Heraud, César Calvo, Luis Hernández, Juan Ojeda, José Watanabe, Antonio Cillóniz.

Muchos años después recuerdo haberme encontrado con Luis Eduardo en el Club Social Miraflores (Lima) hacia fines de los 90s, durante el cocktail posterior a la presentación de la Guía triste de París de Alfredo Bryce. Fue una gran ocasión que renovó nuestra vieja amistad cimentada en la devoción por la poesía.

Luis Eduardo García ha publicado El exilio y los comunes (1989) y Confesiones de la tribu (1991) donde –en este último- según el estudioso Ricardo González Vigil –cito de su monumental Poesía peruana. Siglo XX (1999)- “triunfa nítidamente el hilo narrativo subyacente en sus dos primeros poemarios”. Pues bien, esa narratividad viene a cuento ahora que tenemos ante nosotros el cuarto libro de García titulado Teorema del navegante (2008) dado a luz por el nuevo sello peruano Revuelta Editores.

La obra se abre con una sección denominada Mares interiores que pareciera –no sólo por la advocación de la palabra ‘interior’ sino por la cita de Juarroz que ostenta- procurarnos una cierta tendencia hacia lo abstracto, pero no. Desde el primer poema Puerto de Palos que juega con el lugar desde donde partió Colón y con la semántica de ‘palos’ en tanto agravios y/o humillaciones, observamos su preferencia por un lenguaje coloquial directo, probablemente emparentado a la Antipoesía de Nicanor Parra: “Soy, querido crustáceo, un miembro de tu estirpe / un auto con el parabrisas atrás y la maletera adelante”. Ahora, el coloquialismo de García se presenta enriquecido por voces de sabor popular-campesino piurano o norteño: ‘El proverbio árabe nunca, jamás, fue compatible / con esta especie rara de cristiano”. En este caso, la palabra ‘cristiano’ es equivalente a ‘persona, ser humano’ y no necesariamente alude a la cuestión religiosa.

En cuanto al mundo representado Teorema del navegante se configura dentro de la tradición moderna de la poesía occidental. Aquí está presente la concepción del poeta como un ser marginal, desplazado, el agua-fiestas de la mascarada social y el festín de la burguesía. Esta línea maudit que partiría desde Baudelaire, Verlaine y Rimbaud en la Francia de fines del siglo XIX y llegaría –digamos- hasta los norteamericanos beatnicks y –por qué no- hasta la actitud de un reciente y nuestro Juan Ramírez Ruiz- es la que informa el planteamiento central del volumen. En sucesivos poemas de esta primera parte podemos leer: “Morir en la propia ley / Escupir al cielo protector”. O “Ir por el mundo sin proyectos / No tener un plan de contingencia”. Y claramente en el texto titulado Antisocial donde con resonancia vallejiana el poeta nos dice: “El hilo que me vincula al orbe está cortado de raíz. / Soy un animal acorralado con pálida biografía, / un príncipe y señor del talle de una camisa”. Estamos pues ante el clásico outsider.

El poemario continúa en este plan durante las siguientes páginas, y de pronto nos tropezamos con una breve alocución que le da un trasfondo metafísico a su condición antisocial y antipoética que hemos venido computando: “huyo / del ser / que soy”, leemos y con esto queda claro que como todo auténtico poeta –y Luis Eduardo García lo es- la conciencia de existir es el principal conflicto de su trabajo y en su entraña, esa paranoia llamada muerte que a todos nos alumbra y –simultáneamente- nos oscurece. En este campo de significación destaca el poema Falsa elegía –uno de los más hermosos del libro- sobre el tema de la separación de los amantes, donde con gran maestría el poeta maneja sin piedad la autoironía para culminar con una ofrenda digna de los más altos poemas de amor de la tradición castellana: “Has amado a un desconocido, / a una identidad ausente, a un presente griego, / a un tímido in fraganti, a un ermitaño que cultiva la pena / para que tú seas feliz”. Versos que pueden desarmar al más avezado.

Así es como llegamos al fin de la primera parte con el texto Su servidor en el cual –con sutil humor desencantado- el poeta da cuenta de todos sus vacíos y frustraciones, pero burlándose de todos y hasta de sí mismo, con una lucidez implacable, hábil cuestionador del íntegro mundo establecido que jamás llega a la desesperación, sino a una íntima melancolía, como el imperceptible movimiento de un mar en calma.

La segunda parte del libro se denomina Puertos extraños compuesta por poemas –digamos- viajeros, ya sea trasladados a Lisboa en busca del espíritu (o la estatua) del gran Fernando Pessoa (que aquí funcionaría como una especie de alter ego de nuestro poeta), al aeropuerto de Amsterdam (texto descriptivo entre lo mejor del volumen) o a la más cercana playa de Huanchaco cuando no el hogar paterno en la piurana Chulucanas: “Era como una taberna pobre / donde todos eran felices / e infelices, y bebían a raudales”. Hay también un par de logrados homenajes a Cioran y a Borges. Del poema dedicado a este ultimo me interesan estos versos “Tal vez por eso, usted, Borges, eligió la sombra / de haber sido un desdichado”, donde se combina hábilmente el pensamiento del gran argentino con su idiolecto personal, sintetizados en un solo trazo maestro.

La tercera y última parte está compuesta por textos reflexivos. Es como si el poeta –antes de despedirse- quisiera recapitular y entregarnos su visión final de las cosas. Así nos encontramos con sabios planteamientos, producto de la experiencia, como el paradojal: “Miren cuánto crece el amor / cuando sufre desprecio”. O: “Quien no le teme al azar / no le teme a los deseos”. En este sentido no podía faltar un Testamento Oral en el que se nos da cuenta –dramáticamente- de la inutilidad de la vida, así como un desolador poema titulado Lo invisible en donde quedamos reducidos a lo que realmente somos tras la muerte: gusanos. Pero dentro de este visceral expresionismo García se da maña para reivindicar a la poesía: “He descubierto un punto de apoyo para mover el mundo / al menos el mundo que las palabras nombran”. Acto seguido viene un poema que es casi un manifiesto: aquí se exponen las razones por las que uno escribe. Un excelente verso me interesa de este texto: “Escribimos / porque al hacerlo recuperamos el vacío”. En relación al planteamiento anterior ofrece la vital contradicción de la poesía. Sólo ella nos salva de la muerte. Por eso cobra especial dimensión el único poema directamente político del libro: Lamento musulmán –claro, contra la invasión estadounidense de Irak- de todos modos salpicado de un final desencanto: “Tú y yo sabemos que la tristeza es un don / cuando acompaña a la verdad / aunque en esta vida no sirva de nada saberlo”.

La sensación de frustración e inutilidad que campea en todo el poemario sólo es el testimonio descarnado y verdadero de un poeta sincero con sus propios sentimientos. Fiel retrato del ser humano en estos tiempos posmodernos de individualismo y de no creer en nada ni en nadie. Y por lo demás, conciencia extrema de la poesía de todos los tiempos, cuyo signo es trabajar día a día con la muerte, como lo sugirió lúcidamente el gran Enrique Lihn. Pero a pesar de que nos parezca que todo está perdido, encontrarse con hermosos versos como los de Luis Eduardo García nos reconcilian con la existencia, sencillamente porque la embellecen, porque la hacen más soportable y nos ofrecen un sentido nuevo en el que uno- dentro de su melancolía- puede ser feliz. Como aquí: “Las supernovas –dicen- son engañosas como el amor: / cuando crees que nacen en realidad están muriendo”.

El poema final del libro expresa la condición siempre en movimiento –de allí el lexema navegante del título- del ser humano. Pero se trata de un viajero que parte de ningún sitio y llega a ninguna parte. Quizá la clave de su búsqueda esté en los poemas iniciales del volumen: “Voy, efectivamente, de cara a mi nacimiento” dice al comienzo, y también: “he comprendido / que vivir es comenzar por el final / y terminar por el principio”. Claro, porque al morir volvemos al nuestro origen: la nada (o Dios para los creyentes), mientras tanto navegamos y mejor si es con este Teorema de García entre las manos.
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Luis Eduardo García (Piura, 1963) ha publicado tres libros de poesía: Dialogando el extravío (1986), El exilio y los comunes (1987) y Confesiones de la tribu (1982): uno de cuentos: Historia del enemigo (1996), y uno de crónicas, ensayos y entrevistas: Tan frágil manjar (2005). En 1985 ganó el VI concurso El Poeta Joven del Perú. Fue Editor del diario La República-Trujillo en 1994. Mantiene desde 1986 una página de reseñas y comentarios literarios en el suplemento dominical del diario La Industria de Trujillo. En el 2002 realizó una pasantía en la sección internacional del diario El País de Madrid. Tiene una maestría de Periodismo. Enseña en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Privada del Norte de Trujillo.
Publicado en Proyecto Patrimonio.

domingo, 4 de enero de 2009

Entrevista en Correo a Francisco Ángeles sobre LA LÍNEA EN MEDIO DEL CIELO

Por Carlos Sotomayor
Francisco Ángeles se hizo conocido en el ciberespacio a través del concurrido Porta9. Ahora nos presenta su primera novela, La línea en medio del cielo (Revuelta editores, 2008), un libro que nos revela a un autor original que no le rehúye a los riesgos formales.
Correo: ¿Cómo surge la idea de la novela?
Francisco Ángeles: La idea inicial era retratar un momento propio, pero sólo el momento, no la circunstancia. No quería hacer algo autobiográfico, pero sí representar el momento de la época final de la dictadura de Fujimori. Y mi sensación era la misma del protagonista, es decir, la de un tipo que está absolutamente indiferente con el contexto, que no le importa lo que está pasando y tampoco tiene mucha noción de qué es exactamente lo que pasa. Yo quise hacer una indagación, pero tratando de dar una respuesta a cuál era el punto de contacto entre lo que estaba sucediendo en la política y mi propia vida. Porque para mí también había sido un año duro, muy convulso, me pasaban muchas cosas y yo no entendía bien cómo era.
C: Si bien la trama está enmarcada por una atmósfera política, no se trata para nada de una novela realista.
FA: Sí, la plantee exactamente así, yo no quería que fuera una novela realista, por varias razones. Por un lado, por una apuesta estética. Pero, además, no llega a hacerse un retrato fiel por que yo quería que la novela fuese un reflejo de cómo yo veía en esa época la situación política. Y yo la veía así, de manera fragmentada, porque lo escuchaba de mis amigos que sí estaban interesados en el tema e iban a las marchas y trataban de despertar en mí una conciencia política, pero no lo consiguieron nunca. Yo pensé que eso sí se podía representar y que podía salir una novela con una lógica propia.
C: La línea en medio del cielo es suceptible a múltiples lecturas...
FA: He recibido varios tipos de interpretaciones. Y ninguna es la que que yo tenía exactamente en la cabeza, pero sí me parece interesante que las haya. También me parece interesante que se hayan fijado en el título de la novela, y que me pregunten por él.
C: El protagonista busca un sentido para su existencia a través de la escritura de un cuaderno.
FA: Más allá de lo que le pasa a los protagonistas, sí quería dejar marcado lo que para mí ha ha sido la escritura en aquella época. Una época en la que, como mucha gente joven, creía en esa idea romántica de la literatura como un espacio de salvación, de redención. Y, además, de búsqueda de sentido de las cosas que van pasando. Y me refiero a un sentido más literal, no sólo para qué sirve tal cosa, sino qué es exactamente lo que ha pasado.
C: Otro elemento interesante es la ambigüedad que subyace a la novela.
FA: Sí, la ambigüedad está presente. Por eso me parece curioso que algunas personas que me han comentado sobre el libro puedan ver eso como una falla. Es como si lo político, la dictadura, si no están representados a lo Vargas Llosa estaría mal. Yo creo que no, entonces me gustaría que lean la novela como lo que es. Como que todavía está muy fuerte la idea del realismo, como una vertiente ideal, superior.
C: Leyendo la novela advierto la influencia de Bellatín. ¿Qué otros autores han sido referenciales?
AF: Sí, para este libro reuní a un grupo de obras que no son necesariamente las mejores que he leído, pero sí las más interesantes por algunos elementos en concreto. Y entre esos libros están, sobre todo, uno de Bellatín y uno de Piglia: Salón de belleza y Respiración artificial. Pero no sólo ellos, también hay cosas de Tabucchi e Ishiguro, que es un escritor que me gusta mucho.
Publicado en Correo

sábado, 3 de enero de 2009

LA LÍNEA EN MEDIO DEL CIELO en la revista Somos (diario El Comercio)

En medio de una densa atmósfera política, los personajes de Francisco Ángeles se desenvuelven sin saber definitivamente cuáles son los elementos de la realidad y cuáles son los del subconsciente que aflora en los sueños. En medio de una realidad cuyos límites semejan la bruma de cada escena, aparecen grupos de conspiradores que a la luz de los hechos no lo son, un médico que habla de desaparecidos antes de desaparecer él mismo y un hombre que apura el paso del tiempo mientras almacena en la calidez de su corazón fotografías que no remontan a mayor pasado. Una aventura donde lo real e imaginado componen una naturaleza disímil y, a la vez, exacta.

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