jueves, 6 de agosto de 2009

Entrevista a Carlos Torres Rotondo sobre DEMOLER (en Proyecto Patrimonio)


“Para mí el rock no solo es un ritmo o un género musical. Es también una actitud y una serie de valores”
Desde el anuncio de la publicación de Demoler. Un viaje personal por la primera escena del rock en el Perú 1957 – 1975 (Revuelta Editores, 2009), la expectativa ha ido creciendo, prueba de ello son las entrevistas concedidas antes de su salida al mercado. No es para menos, Demoler es una invitación a recorrer los años maravillosos de la primera escena del rock peruano; escrito con el pulso del novelista y el escrutinio del historiador, este libro está llamado a ser un referente ineludible. Su autor, Carlos Torres Rotondo (Lima, 1973), está considerado como uno de los mejores narradores peruanos de hoy.

Fotografía de CTR: Richard Nossar
Portada: Arturo Higa
Tengo la impresión de que Demoler es un proyecto que venías gestando desde mucho antes de la escritura de tu novela Nuestros años salvajes.

En realidad Demoler lo comencé a escribir desde el día de mi nacimiento. Mi padre era uno de los mejores bajistas de la primera escena del rock en el Perú –según los testimonios recogidos– pero yo no sabía nada de su historia. Sin embargo, fui fabulando secretamente qué había pasado, hasta que en 1999 un pata me pasó dos cassettes de 90 minutos cada uno. Aluciné, básicamente por el magnífico nivel musical de los rockeros nacionales de aquellos tiempos. Estuve investigando de 1999 a 2001, encerrándome en hemerotecas y entrevistando a músicos. Ese último año viajé a España, donde leí todo lo que pude sobre la revuelta juvenil de los sesenta, ayudé en la producción de reediciones de grupos como Los Holy’s o New Juggler Sound; pero sobre todo, por medio del correo electrónico, el chat y el teléfono, culminé las entrevistas que faltaban. El primer borrador lo escribí el 2003 y lo dejé descansar un año. De ahí he corregido hasta el 2008, cuando vine a Perú a publicar el libro. Quiero decir también que este libro lo he escrito sin financiamiento de nadie, sin editor ni equipo de investigación, en la miseria económica (ni siquiera la modestia) y en la absoluta soledad que padecen los inmigrantes. Sin embargo, la etapa en la que escribí Demoler fue una de las partes más intensas y felices de mi vida, fue un tiempo donde di y recibí mucho amor, y espero que eso se note en el texto. En realidad yo no escribí Demoler, más bien el libro me escribió a mí, me ayudó a construirme como ser humano.

“El oso” Torres, tu padre, era considerado por los músicos de la época como el mejor bajista.


Eso me dijeron todos los músicos de los sesenta, no sé si por patería, aunque no lo creo; al mencionar mi filiación todos sus colegas me mostraron un cariño y un respeto impresionantes; y eso se debe sólo a mi viejo, no a mí. En todo caso yo lo he visto tocar distintos estilos (de jazz a krautrock) y es impresionante. Durante años yo creía que no había grabado nada, pero si juntamos todas las grabaciones que hizo con Gerardo, el 45 del Ayllu y varias caleturas más, existirían varias muestras de su talento en la época. Más avanzada su vida hizo lo que muchos músicos de su generación: abandonó el rock por el latin jazz. El problema es que el grupo principal de mi viejo, Dr. Wheat, no grabó, y eso se ha perdido para siempre. Dr. Wheat es una leyenda: sigo encontrándome con viejos rockeros que recuerdan los dedos gordos de mi padre, como un boxeador, pasando de traste en traste por su bajo. Y esos mismos rockeros siempre recuerdan a mi abuelo y la ayuda que le dio al rock nacional, ya que cedió el garaje de la casa y permitió que lo insonorizaran con tecnopor (ahí además los músicos guardaban sus caleturas). Dr. Wheat fue ante todo un grupo vocal; estaban Pacho Mejía, el Mono Chaparro… unos vozarrones; quien sabe, si hubieran grabado habrían sido considerados los Byrds peruanos.

Los Mad´s tampoco grabaron.

Hay grupos que grabaron poco, a veces con escaso material propio y sólo un 45; están los que jamás grabaron porque les llegaba al pincho pacharaquearse, como es caso de Los Mad´s; están los discos bacanes malogrados por la falta de profesionalismo de la casa discográfica; y por último están los grandes grupos que no grabaron nada, como fue el caso de DR. Wheat, Kabul, Catarsis y un largo etcétera. Felizmente nos quedan los discos realmente existentes y la excursión psíquica para alucinar esa movida.

En Youtube hay cosas de Los Mad´s. Fácil debe ser el mejor grupo en la historia del rock peruano. Hasta llegaron a talonear a los Rolling Stones.

El caso de Los Mad’s es paradigmático de nuestra escena: de casualidad Mick Jagger y Keith Richards los vieron tocar en el Galaxy. Les dieron todo: departamento en Londres, estudio de grabación (Stargroves, nada menos), les permitieron telonear a bandazas como Taste o Derek & The Dominoes y los invitaron a Wight. Y Wight no fue cualquier cosa. Hubo 600 000 personas y musicalmente fue, según lo que he escuchado, el mejor festival de la época. Pero Los Mad’s perdieron la oportunidad; cuento en el libro el porqué de este suceso; ahora sólo nos queda escucharlos en las canciones que han colgado en YouTube y que al menos demuestran que realmente eran uno de los mejores grupos de rock de la región. A mí lo que me jode es que se perdió el mejor escaparate posible para un grupo de la primera escena del rock en el Perú; que Los Mad´s no tocaran en Wight fue una tragedia mayor que la cancelación del concierto de Santana.

Es muy difícil asimilar que de la noche a la mañana se haya quebrado el rock peruano, calificado como el mejor de Latinoamérica.

La contracultura de los sesenta y setenta se agotó en 1973 a nivel global, no sólo en el Perú. ¿Qué sucede por ese entonces?: crisis del petróleo, Watergate, golpe de Pinochet para implantar Chile como laboratorio privilegiado por los economistas de la escuela de Chicago. Se distribuyeron ácidos pateados a niveles industriales: basta ver el concierto de Altamont. ¿Quiénes estaban detrás repartiéndolos? ¿Por qué se sembró de heroína los guetos contraculturales? Además, desde la segunda mitad de los setenta, Latinoamérica se convirtió en un desierto gobernado por gorilas entrenados en la tristemente célebre Escuela de Las Américas. Véase el caso de Perú, Chile, Uruguay, Argentina, por poner los ejemplos más conocidos. El poder, la sombra económica que gobierna desde detrás de la política, exterminó, anuló, aburguesó, quemó y mató a una generación hermosa que de todas maneras hubiera hecho un mundo mejor. El caso de la muerte del rock peruano es sólo un pequeño punto en un movimiento geopolítico global frente al cual no tengo calificativos.

¿Cuánta responsabilidad tuvieron los protagonistas en esta súbita desaparición?

Muchos vieron la música como un hobbie y al acabar la universidad se pusieron a trabajar. Otros decidieron seguir en la música, emigraron y trabajaron de mercenarios en hoteles o grabando música pacharaca e hiperproducida; otros se fueron al latin jazz; algunos quemaron por las drogas. Pero lo determinante fue no conocer el do it yourself (el “hazlo tú mismo” del que hablaba el punk); el comportarse, a veces, como ídolos o rock stars, con un ego que los hacía leer la realidad de manera distorsionada, también ocasionó la ruptura de varios colectivos musicales. No quiero señalar culpables -en este caso no soy ni tombo ni juez; sólo un humilde detective privado trabajando ad honorem-, pero la verdad es que la generación no estaba preparada para la respuesta del sistema, que fue brutal. A mi padre, por ejemplo, le quitaron lo que más amaba: su música y la posibilidad de expresarla frente a alguien que lo comprendiera. ¿Qué haces frente a eso?

En aquella escena se vivía una suerte de conexión musical, como si Lima fuera un punto de “encuentro”. Pienso en Tarkus, el primer grupo de Heavy Metal en castellano, cuyo fundador fue un guitarrista argentino.

Para mí la música no es una carrera de caballos. Las escenas rockeras de los sesenta-setenta que más me gustan de América Latina son: Brasil, Uruguay, Chile, Venezuela y, obviamente, Perú. En ese sentido no soy nacionalista y menos aún chauvinista. Sobre el caso de Tarkus, el líder era Darío Gianella (argentino) y hacían hard rock en castellano en 1972. Solo que se olvida que en los 70 Pax hacía hard rock en inglés. Hay que decir que en la época se hablaba de “música pesada”. La etiqueta Heavy Metal alude más bien a este tipo de rock pero ya en los ochenta. En todo caso, podríamos decir que Tarkus fue “proto heavy metal”, si prefieres. Tarkus es un caso rarísimo: power trio con cuatro personas, dos argentinos y dos peruanos, haciendo rock pesado con temas propios y letras psicodélicas en castellano. Es una combinación recontra extraña y original. Y su historia, con esa secta como Los Niños de Dios y todos esos viajes, tanto internos como externos. Me lo pudo haber contado Philip K. Dick, pero en realidad lo hizo Christian Van Lacke, el hijo del bajista original de Tarkus; es bien loco, porque ambos somos hijos de los sesenta y de alguna manera estamos jugando de nuevo, a nuestra manera, un rollo que fue originalmente de nuestros viejos.

Como tal, Demoler es un libro extraño. Considero que los recursos multidisciplinarios de los que haces uso, lo vuelven más “plástico”, ya que también puede leerse como novela, crónica, ensayo.

Hay dos aspectos: el metodológico y el género en el que el libro podría clasificarse. Comienzo con el primero. Yo he estudiado literatura, soy licenciado en Comunicaciones y he llevado cursos de postgrado en España como vano intento de tener una base filosófica directamente destinada al estudio de la cultura y las mentalidades que la sustentan. Necesitaba ese saber para poder escribir este libro. Sin embargo, el 90% de mi cultura es autodidacta: yo me eduqué en la biblioteca de mi abuelo, el psiquiatra Humberto Rotondo, que estaba interesado en temas tan diversos como psicología, literatura, antropología, historia, artes plásticas y muchos más. A la hora de hacer Demoler tuve primero que hacer entrevistas (complicadísimas, llenas de detalles, como las del Nuevo Periodismo), análisis cualitativos, comprender la historia de la música; y luego sacar las implicancias del caso, basándome principalmente en las ciencias sociales y humanidades.

Sobre el género…

Parto de dos premisas y llego a una conclusión. En primer lugar, creo que una de las tantas deudas que existen a nivel latinoamericano es la historia del espectáculo y las mentalidades y valores que lo sustentan. En segundo lugar, Gilles Deleuze dice que los mecanismos de normalización del poder tienden a trazar líneas verticales y horizontales, es decir, a encajonar; abstraer significa también separar y en cierta forma, mutilar. Mi interés por eso está dado en las excepciones y en las discontinuidades; mediante grietas, ventanas hacia el otro lado, puede observarse lo que normalmente las instituciones del poder nos impiden conocer. Pasemos al tema del género. Yo soy un narrador, no un poeta ni un teórico. Lo mío es contar historias, es lo que más me divierte. Sin embargo, no solo me interesan las ficciones clásicas de la literatura universal, sino la historia, el periodismo, el cine y la narrativa gráfica. Además, soy fan de géneros como el policial, el horror y la ciencia ficción; por no hablar de los relatos de aventuras y viajes, tanto internos como externos. Todo eso está presente en mi mente cuando construyo una historia. Espero que se note. Creo, ahora que le tengo cierta distancia, que Demoler es un texto de fusiones, un libro mestizo. Tiene un 90% de narrativa y un 10% de ensayo. Todos los hechos contados han sido confirmados con la mayor cantidad posible de fuentes. Y sin embargo, este libro contiene un cierto grado de ficción: cuanto lo que me cuentan y que confirmo en mis habituales labores de investigador privado. Por un instante olvidemos que este libro ha sido escrito por un peruano radicado en España que se ha dedicado a reconstruir una serie de sucesos que acaecieron antes de su nacimiento. El género al que pertenece Demoler está claramente enraizado en una tradición anglosajona que se remonta, hasta donde recuerdo, a la biografía del doctor Johnson que escribió James Boswell en 1791. A Sangre Fría, Miedo y asco en Las Vegas, Por favor mátame, El corto verano de la anarquía, Conversaciones con Bakunin y un largo etcétera poseen bastante relación con el rollo que me planteé para escribir el libro; nuevamente, espero que eso se note.

¿Crees que el rock peruano pudo ser mejor se mantenía en el imaginario lo hecho por esta gente? Tengamos en cuenta que la escena actual atraviesa un muy buen momento, al punto que Los Protones, por ejemplo, son tributarios de Los Belking´s.

Prefiero no responder preguntas al estilo “qué hubiera pasado si…” Pero hay algo que sí me parece claro, y es que la influencia de la primera escena del rock en el Perú es algo que se ha dado recién ahora, en parte debido a la exhumación de material sesentero y setentero. Hay grupos brillantes: Los Protones, Don Juan Matus, El Cuy, Tlon, La Ira de Dios, Chamanes y un largo etcétera. Son una escena pequeña y todo el mundo se conoce, solo que también los conoce gente seleccionada alrededor del mundo. Además están surgiendo fusiones interesantes: Los Chapillacs, o los inclasificables Shaolines del Amor. El problema es lo escaso del público nacional (La Ira la rompe en Alemania y Matus en Grecia; pero aquí nadie los manya), pero el nivel musical que tuvo el rock hecho en el Perú en los sesenta ha regresado y ese momento es ahora. Tenemos un underground de lujo, falta una infraestructura y una cultura de conciertos mayor, pero creo que se ha avanzado bastante a nivel profesional. El sonido de los conciertos en los ochenta era malísimo, por ponerte un caso.

¿La escena rockera peruana, como tema, seguirá presente en tus futuros libros?

Voy a escribir una nouvelle de ficción inspirada en la historia de mi padre en Dr. Wheat. El rock está ahí como telón de fondo; lo que quiero hacer en ese libro es básicamente preguntarme por las relaciones humanas. Por cierto, no pienso hacer una segunda parte de Demoler, esa decisión ya ha sido tomada. Además, tengo bastantes proyectos en el congelador: hay una novela sobre la inmigración en España, una novela sobre mi familia paterna; ambos borradores debo reescribirlos… Tengo también una nouvelle de horror sobre la destrucción de idolatrías como mito fundacional peruano. Es una especie de Witchfinder General, la película de Michael Reeves, de 1968, donde entro de lleno en el horror como forma de entender el contrato social nacional… Pero lo más probable es que primero publique Parásitos. Es un ajuste de cuentas con los noventa, muy en la nota Russ Meyer, escrita en colaboración con José Carlos Irigoyen, mi socio en muchas de estas empresas literarias.

Aunque parezca redundante, la pregunta es inevitable: ¿qué es el rock para ti?

Para mí el rock no solo es un ritmo o un género musical. Es también una actitud y una serie de valores; lo que los griegos llamaban una paideia, es decir, una educación moral. Demoler lo escribí como un acto de amor, por eso tuve la paciencia de aguantar toda esta intensidad durante más de una década y no sacármela de encima antes sin haber confrontado datos. Este libro es por eso la respuesta a lo que la música me ha dado.
Entrevista publicada en Proyecto Patrimonio (Letras.s5.com)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buco, un abrazo desde los Madriles y mucha suerte con el Libro.

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Gary

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