La confusión como sentido
Una historia que no es por definición una historia. Un personaje que se presenta como el cruce de varios personajes, de varias identidades que la lectura parece ofrecer pero que en el fondo sólo ofrece una certeza: la ambigüedad. De esta manera, con este extraño y complejo libro, Francisco Ángeles (Lima, 1977) no sólo entrega una novela bien lograda sino que lo hace en un momento en el cual las novelas logradas resultan insólitas en nuestra literatura actual.
La línea en medio del cielo tiene mucho de todo y de nada al mismo tiempo. Su protagonista, Ignat, aparece como un individuo desorientado dentro de una realidad imposible de aprehender, una realidad de la cual no forma parte debido a un estado paranoico que lo atormenta y arrastra hacia determinadas circunstancias: la violación a Virginia, los crímenes a las personas que previamente fotografía, etc. Ignat se desprende de ese mundo enrarecido y crea su propio universo, su propia ficción de las cosas, y decide manejarse a partir de normas que sólo existen en su conciencia. Normas que evidencian una irremediable confusión y que, con el transcurrir de los hechos, desembocan en la pérdida absoluta del centro. Sin embargo, dentro de la lógica de la novela, el sentido para Ignat (como para los otros dos protagonistas, Virginia y el viejo que escribe) reside justamente en esa incesante y perturbadora confusión.
Ángeles acoge un tipo de novela en la que las estructuras narrativas, técnicas y por tanto formales (sin contar el lenguaje) tienen importancia desde el punto de vista de los significados, del contenido de la obra. La fragmentación y alternancia de secuencias forman parte de una estrategia que provoca ciertas sensaciones sobre los lectores, como las de ambigüedad, incertidumbre, desconcierto y paranoia. Con esto, a pesar de su aparente disgregación, la novela adquiere una compacta unidad que vincula forma y contenido en un punto clave para poder entenderla: la incoherencia. Ángeles no pretende narrar una historia, sino estimular varios efectos en el lector y, desde esa línea, provocar disímiles definiciones, interpretaciones y sobre todo significados. No obstante, es sólo con una historia descompuesta y fraccionada de manera precisa que la novela puede impulsar las significaciones al límite de sus posibilidades.
Por tanto, la estructura no sólo funciona para el ordenamiento secuencial de la obra, sino que envuelve y, en cierto modo, se convierte en una especie de metáfora de las propias experiencias de los personajes, sus frecuentes perturbaciones, desarreglos y confusiones. Esto es evidente en Ignat quien, debido a su continuo estado de trastorno, contagia a todas las personas que le rodean con esa sensación de conflicto e indecisión que lo caracteriza. Para ellos, en especial Ignat, Virginia y el viejo que escribe, nada es completamente cierto, la realidad, como se les manifiesta, es una muestra inmensa de ficción, un relato que no pueden entender con exactitud, y del cual únicamente son capaces de vislumbrar ciertos fragmentos, ciertas líneas. Ignat, dentro de su mundo ficcional, tiene que encontrar los elementos que conecten a todas las líneas, a todas esas pequeñas pistas que va intuyendo poco a poco conforme experimenta con su entorno. La misma operación se origina en el proceso de lectura. Cada pasaje separado por números constituye una línea, dentro de las cuales existen otras líneas; y todas ellas, en su conjunto, le brindan al lector la posibilidad de construir el entramado completo de una historia atravesada por lo onírico, una historia que fluctúa entre otras versiones alternas, otros caminos posibles que los personajes deciden recorrer, y una historia que tiene su inicio, su primera línea, en la habitación de un hotel (en donde se han encontrado ocho muertos). Sin embargo, y debido a la estética de la novela, es imposible distinguir el resto de líneas. El lector las intuye pero no logra reconocerlas, creando de este manera la atmósfera enigmática y de desconcierto que identifica al relato.
Como he referido antes, los personajes de la novela no poseen un centro que les permita orientarse en el mundo, y es precisamente la carencia de este centro lo que los lleva a inventar otros ambientes, otras posibilidades. Y no sólo eso, sino que se transforman en sujetos desengañados, frustrados y aturdidos, sujetos que observan su propia existencia como una gran mentira. Un ejemplo es el muchacho de la cabeza rapada, quien le propone a Ignat ser partícipe de su colección fotográfica. Con ello, su muerte está decidida por él mismo; pero el muchacho de cabeza rapada, para sorpresa de Ignat, no se siente conforme y decide involucrase en todo el proceso: planear su muerte, en el modo como deben ser tomadas las fotografías, etc. Sin embargo, es el viejo quien lo ejemplifica mejor: “Y así, en las sucesivas conversaciones después de la consulta semanal, la historia iba creciendo sin centro reconocible, dispersa y oculta bajo la capa de versiones. Nada funcionaba en esa historia antigua que anotaba en el cuaderno, nada funcionaba en ella como nada funcionaba en su cuerpo (…)”. La historia que el viejo escribe, así como la vida de Ignat y el resto de personajes, se ramifica sin forma específica y sin dirección, una historia que abarca muchas historias y al mismo tiempo ninguna, que empieza y se pierde para luego retomar el inicio y después perderse de nuevo. Sin un centro establecido, lo único que les queda es la confusión y la paranoia como elementos reales y auténticos. Por estos aspectos, La línea en medio del cielo se descubre como una novela de corte posmoderno, en el cual los protagonistas, por determinadas circunstancias, se ven envueltos en un amasijo de escenarios y situaciones que los perturba y no les permite seguir una sola línea.
Con respecto al lenguaje, la novela posee un ritmo narrativo veloz que se adecua a las distintas secuencias de la historia; aunque resulta mucho más efectivo y con mayor desarrollo y ligereza en la segunda parte. Sin embargo, existe un desbalance que, en algunos pasajes del libro, se hace demasiado notorio y obstaculiza la lectura. Se deduce que, por la forma de la novela, el lenguaje es relegado a segundo plano. Por ello, como consecuencia se obtiene una narración por momentos poco trabajada y desigual.
Otro punto que juega en contra es la falta de un referente concreto para los personajes. La historia, si bien remite al Perú gobernado por Fujimori y a las marchas estudiantiles que se produjeron en esos años, puede suceder en cualquier otra parte. No hay en toda la novela ningún rastro que involucre algún escenario específico y, por el contrario, se enmarca en un universo cerrado y sin muchas variantes. Indudablemente esto impide ciertos alcances que la novela pudo aprovechar. Además, por la privación del referente, la novela pierde intensidad y corre por tanto el peligro de no atrapar a sus lectores.
La línea en medio del cielo abre un camino necesario para nuestra literatura reciente con una estética auténtica y sobre todo bien lograda, que admite la multiplicidad de sentidos e interpretaciones, y que se revela con cierto tinte posmoderno. De esta forma, a pesar de algunas insuficiencias, la primera novela de Ángeles se distingue por su temprana madurez literaria y por una propuesta importante y llamativa.
Publicado en Proyecto Patrimonio
Una historia que no es por definición una historia. Un personaje que se presenta como el cruce de varios personajes, de varias identidades que la lectura parece ofrecer pero que en el fondo sólo ofrece una certeza: la ambigüedad. De esta manera, con este extraño y complejo libro, Francisco Ángeles (Lima, 1977) no sólo entrega una novela bien lograda sino que lo hace en un momento en el cual las novelas logradas resultan insólitas en nuestra literatura actual.
La línea en medio del cielo tiene mucho de todo y de nada al mismo tiempo. Su protagonista, Ignat, aparece como un individuo desorientado dentro de una realidad imposible de aprehender, una realidad de la cual no forma parte debido a un estado paranoico que lo atormenta y arrastra hacia determinadas circunstancias: la violación a Virginia, los crímenes a las personas que previamente fotografía, etc. Ignat se desprende de ese mundo enrarecido y crea su propio universo, su propia ficción de las cosas, y decide manejarse a partir de normas que sólo existen en su conciencia. Normas que evidencian una irremediable confusión y que, con el transcurrir de los hechos, desembocan en la pérdida absoluta del centro. Sin embargo, dentro de la lógica de la novela, el sentido para Ignat (como para los otros dos protagonistas, Virginia y el viejo que escribe) reside justamente en esa incesante y perturbadora confusión.
Ángeles acoge un tipo de novela en la que las estructuras narrativas, técnicas y por tanto formales (sin contar el lenguaje) tienen importancia desde el punto de vista de los significados, del contenido de la obra. La fragmentación y alternancia de secuencias forman parte de una estrategia que provoca ciertas sensaciones sobre los lectores, como las de ambigüedad, incertidumbre, desconcierto y paranoia. Con esto, a pesar de su aparente disgregación, la novela adquiere una compacta unidad que vincula forma y contenido en un punto clave para poder entenderla: la incoherencia. Ángeles no pretende narrar una historia, sino estimular varios efectos en el lector y, desde esa línea, provocar disímiles definiciones, interpretaciones y sobre todo significados. No obstante, es sólo con una historia descompuesta y fraccionada de manera precisa que la novela puede impulsar las significaciones al límite de sus posibilidades.
Por tanto, la estructura no sólo funciona para el ordenamiento secuencial de la obra, sino que envuelve y, en cierto modo, se convierte en una especie de metáfora de las propias experiencias de los personajes, sus frecuentes perturbaciones, desarreglos y confusiones. Esto es evidente en Ignat quien, debido a su continuo estado de trastorno, contagia a todas las personas que le rodean con esa sensación de conflicto e indecisión que lo caracteriza. Para ellos, en especial Ignat, Virginia y el viejo que escribe, nada es completamente cierto, la realidad, como se les manifiesta, es una muestra inmensa de ficción, un relato que no pueden entender con exactitud, y del cual únicamente son capaces de vislumbrar ciertos fragmentos, ciertas líneas. Ignat, dentro de su mundo ficcional, tiene que encontrar los elementos que conecten a todas las líneas, a todas esas pequeñas pistas que va intuyendo poco a poco conforme experimenta con su entorno. La misma operación se origina en el proceso de lectura. Cada pasaje separado por números constituye una línea, dentro de las cuales existen otras líneas; y todas ellas, en su conjunto, le brindan al lector la posibilidad de construir el entramado completo de una historia atravesada por lo onírico, una historia que fluctúa entre otras versiones alternas, otros caminos posibles que los personajes deciden recorrer, y una historia que tiene su inicio, su primera línea, en la habitación de un hotel (en donde se han encontrado ocho muertos). Sin embargo, y debido a la estética de la novela, es imposible distinguir el resto de líneas. El lector las intuye pero no logra reconocerlas, creando de este manera la atmósfera enigmática y de desconcierto que identifica al relato.
Como he referido antes, los personajes de la novela no poseen un centro que les permita orientarse en el mundo, y es precisamente la carencia de este centro lo que los lleva a inventar otros ambientes, otras posibilidades. Y no sólo eso, sino que se transforman en sujetos desengañados, frustrados y aturdidos, sujetos que observan su propia existencia como una gran mentira. Un ejemplo es el muchacho de la cabeza rapada, quien le propone a Ignat ser partícipe de su colección fotográfica. Con ello, su muerte está decidida por él mismo; pero el muchacho de cabeza rapada, para sorpresa de Ignat, no se siente conforme y decide involucrase en todo el proceso: planear su muerte, en el modo como deben ser tomadas las fotografías, etc. Sin embargo, es el viejo quien lo ejemplifica mejor: “Y así, en las sucesivas conversaciones después de la consulta semanal, la historia iba creciendo sin centro reconocible, dispersa y oculta bajo la capa de versiones. Nada funcionaba en esa historia antigua que anotaba en el cuaderno, nada funcionaba en ella como nada funcionaba en su cuerpo (…)”. La historia que el viejo escribe, así como la vida de Ignat y el resto de personajes, se ramifica sin forma específica y sin dirección, una historia que abarca muchas historias y al mismo tiempo ninguna, que empieza y se pierde para luego retomar el inicio y después perderse de nuevo. Sin un centro establecido, lo único que les queda es la confusión y la paranoia como elementos reales y auténticos. Por estos aspectos, La línea en medio del cielo se descubre como una novela de corte posmoderno, en el cual los protagonistas, por determinadas circunstancias, se ven envueltos en un amasijo de escenarios y situaciones que los perturba y no les permite seguir una sola línea.
Con respecto al lenguaje, la novela posee un ritmo narrativo veloz que se adecua a las distintas secuencias de la historia; aunque resulta mucho más efectivo y con mayor desarrollo y ligereza en la segunda parte. Sin embargo, existe un desbalance que, en algunos pasajes del libro, se hace demasiado notorio y obstaculiza la lectura. Se deduce que, por la forma de la novela, el lenguaje es relegado a segundo plano. Por ello, como consecuencia se obtiene una narración por momentos poco trabajada y desigual.
Otro punto que juega en contra es la falta de un referente concreto para los personajes. La historia, si bien remite al Perú gobernado por Fujimori y a las marchas estudiantiles que se produjeron en esos años, puede suceder en cualquier otra parte. No hay en toda la novela ningún rastro que involucre algún escenario específico y, por el contrario, se enmarca en un universo cerrado y sin muchas variantes. Indudablemente esto impide ciertos alcances que la novela pudo aprovechar. Además, por la privación del referente, la novela pierde intensidad y corre por tanto el peligro de no atrapar a sus lectores.
La línea en medio del cielo abre un camino necesario para nuestra literatura reciente con una estética auténtica y sobre todo bien lograda, que admite la multiplicidad de sentidos e interpretaciones, y que se revela con cierto tinte posmoderno. De esta forma, a pesar de algunas insuficiencias, la primera novela de Ángeles se distingue por su temprana madurez literaria y por una propuesta importante y llamativa.
Publicado en Proyecto Patrimonio
1 comentario:
parece un buen libro...ojala llegue por Europa pa leerlo.
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