lunes, 25 de mayo de 2009

Jack Martínez sobre LA LÍNEA EN MEDIO DEL CIELO

En diciembre de 2008 Francisco Ángeles publicó su primera novela: La línea en medio del cielo (Revuelta Editores). Artífice de Porta 9 y co-editor de El Hablador, Ángeles ha entregado un libro breve, ambicioso y complejo que ha merecido comentarios de toda índole y múltiples interpretaciones, desde discretas hasta delirantes. Sin embargo, con la siguiente reseña intento desarrollar algunos aspectos que considero importantes en el libro y que no han sido tratados aún.
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La línea... es de noventa páginas y se divide en dos partes. No tiene una historia clara ni existe un argumento redondo. Entonces empezaré definiendo las líneas periféricas, las que trazan el escenario.
Podría resumir el ambiente en el que se inscribe la novela señalando que se trata de la Lima del 2000; pero el narrador nunca nombra directamente la ciudad, ni siquiera le da nombres propios a sus locaciones. Se trata de un escenario triste en el que se respira un halo de decadencia: arquitecturas viejas de crujiente piso entablillado como La Casa de Gobierno o El Ministerio; todo ello, en la época de un gobierno dictatorial que se erige como el gran rival al que quieren derrocar la mayoría personajes: casi todos tienen esa convicción, menos el protagonista.
También sucede algo parecido con la nomenclatura de estos personajes secundarios. Ellos son señalados exclusivamente por sus características físicas: encontramos al muchacho de la cabeza rapada, al muchacho de gafas, al de patillas o a la muchacha escuálida. Esta característica del libro se asocia de alguna manera con el lenguaje, ya que este crea imágenes casi cinematográficas de las acciones. Entonces Ángeles construye esas imágenes con las palabras, y acorde a esa tendencia nos muestra personajes que son recordables por su apariencia física más que por los posibles nombres o caracteres.
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El personaje principal se llama Ignat. Pero por la complejidad de la narración, también podríamos decir que LOS personajes principales se llaman Ignat. Aquí asumiré esta última interpretación.
Como ya lo señalé, el libro se divide en dos partes. Más allá de una diferencia cronológica hay un cambio de registro en el estilo con el que se narran las anécdotas que, aunque fragmentarias, recorren un intermitente hilo conductor. Acaso la línea en medio del cielo, esa marca que divide el todo, es también la metáfora de la partición formal plasmada en el libro.
El Ignat de “El cielo por la mitad” (primera parte) es un joven extraño; y su comportamiento se construye con parámetros similares a los del Ignat que aparecerá más tarde en “La línea siempre oculta” (segunda parte). Ambos concentran sus miradas en el mundo interior, hacia el pasado o el presente, pero siempre hacia sí mismos.
El primer Ignat vuelve a ver a Virginia, antigua amiga, antigua amante, que está inmersa en una agrupación universitaria que protesta contra el gobierno. “Estamos formando una comisión que represente a todos los estudiantes. Queremos dejar sentada nuestra posición sobre las últimas medidas tomadas por el gobierno”, dice ella. Ignat “Desconocía cuáles eran esas medidas de las que hablaba Virginia, pero no le interesó preguntar” (pp. 13).
Entonces, más que una evasión de carácter patológico y mental, el comportamiento de Ignat constituye, desde mi perspectiva, la esencia del hombre posmoderno (en cuanto a su aislamiento) llevada al extremo. Esta idea se refuerza cuando en líneas posteriores Ignat establece “La colección”, una exposición de fotos con gente a punto de morir. Ahí, dentro de la sala está él. “Al otro lado de la puerta existía un mundo con el que no tenía nada que ver”.
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Las páginas dedicadas a La Colección (subcapítulo de la primera parte) también hacen explícita una constante en la novela: el tema de la muerte. El primer Ignat visita a Virginia con una fotografía en la que aparece una novia momentos antes de desvanecerse para siempre. Y él pregunta constantemente ¿qué sintió la mujer al momento de ejecutarse la instantánea? Pregunta eso mientras Virginia se preocupa por la organización de las marchas. Virginia no le presta atención, pues ni siquiera intuye que pronto también ella tendrá una foto, una que se dispararía antes de que desfallezca sobre la cama de una habitación a causa de una sobredosis.
Pero el primer y segundo Ignat no solo expresan una fascinación por la muerte a través de las fotografías que van coleccionando, sino también porque aquella los atrae físicamente: él siente una sensación intensa y agradable cuando, por ejemplo, ingresa a una funeraria y conversa con un viejo (que sería más tarde el segundo Ignat), dueño del establecimiento.
La muerte como obsesión también aparece en Virginia y sus amigos. Ellos, siempre preocupados por las revueltas (tanto en la primera como en la segunda parte del libro) traman un evento que busca llamar la atención del gobierno y convienen en la idea de que no existe nada más real que “la muerte como espectáculo”.

Para culminar regresaré a las primeras líneas de la novela: en ellas se relata la aparición de ocho cadáveres, se presume que se trató de un suicidio colectivo. Otros señalan que no es más que una cortina de humo instalada por el gobierno. La muerte marca el inicio de las acciones de La línea....
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Este “suicidio” con el que arranca la novela constituye una muestra de las manifestaciones que, en grupo, eran realizadas por jóvenes con tardíos y utópicos ideales políticos.

Ángeles empezó a escribir esta novela en el 2000. Y ha dicho que las movilizaciones anteriores a la caída de Fujimori inspiraron el inicio del proceso creativo de La línea en medio del cielo. Pues cabe señalar que si en algún momento se percibe aquél espíritu de protesta juvenil es justamente en los episodios anteriormente descritos. De allí en más, la novela adquiere un vuelo que trasciende cualquier frontera de la realidad política de la época.

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Para terminar, quiero señalar que en La línea en medio del cielo se percibe un libro redactado con madurez y cuidado. Ángeles ha producido una novela pulcra en cuanto a técnica y estilo. Sin embargo, la temática fragmentaria y ciertos pasajes que tienden hacia una poética de lo absurdo podrían entorpecer la percepción de algunos lectores no entrenados.
Reseña publicada en la revista El Hablador

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